sábado, 27 de abril de 2013

Errores garrafales


En las condenas de Isabel Pantoja y Ortega Cano, sus sentencias parecen un poco eso: Hechas a medida. Sus vidas están cruzadas en nuestra imaginación popular.
Boris Izaguirre | Madrid.
Si Ortega Cano hubiera sido parlamentario de la Asamblea de Madrid, habría disfrutado de un bonotaxi de 3.000 euros al año y además una tarjeta de peaje gratis. Estas ventajas le habrían podido salvar de cometer el error garrafal que le ha llevado a verse en la situación actual, condenado a dos años y medio de cárcel por provocar un accidente vial que costó la vida a otro conductor. Sereno o embriagado, habría regresado en taxi gratis y por autopista de peaje.
Todos cometemos errores. Comprar un palacete que después se convierte en una pesadilla. Navegar con un narcotraficante gallego. Conducir peligrosamente. Morder a otro jugador en pleno partido, como Luis Suárez en el encuentro entre el Liverpool y el Chelsea.

Lo del futbolista uruguayo hincando con ganas sus dientes en el jugoso y bien definido bíceps de un contrincante fue calificado como canibalismo por la prensa, para algunos fue un anuncio de lo difícil que puede ser la convivencia con los países emergentes, pero fue sobre todo un eslabón más en una cadena de equivocaciones. El club donde juega el caníbal reincidente Suárez, el Liverpool, lo necesita casi tanto como el Barça necesita a Messi. O igual que el duque de Palma necesita a su esposa. No se atreven a expulsarlo de la plantilla como reclaman de todos lados. El jugador roedor calificó su actuación, su mordida, como un error, la palabra clave para conseguir la compasión y, con ella, la posibilidad de una justicia a la medida.

El Rey ha decidido reaparecer en el Día de Sant Jordi, quizá alentado por la antigua leyenda de san Jorge.

Como en las condenas de Isabel Pantoja y José Ortega Cano, sus sentencias parecen un poco eso: hechas a medida. Pantoja tuvo un juicio largo; el de Ortega Cano fue más veloz, como su temeraria conducción aquella noche de regreso a Yerbabuena. Las vidas cruzadas de Ortega Cano y Pantoja están unidas en nuestra imaginación popular de muchas maneras. El torero es el viudo de Rocío Jurado, la misma que durante muchos años se batió en duelo con Pantoja por ser la auténtica reina del folclore. Isabel es a su vez viuda de Paquirri, el célebre torero muerto en la plaza de Pozoblanco. 

Quizá esta zarzuela de coincidencias y emociones haya calado hondo en los jueces. Les haya hecho poner en solfa lo que de verdad se juzgaba: el uso indebido de fondos públicos, en el caso de la Pantoja, y conducción temeraria con accidente mortal, en el caso de Ortega Cano. Pero la justicia, que es ciega, pero no sorda, puede enternecerse con la cultura mediática y los recuerdos.

El Rey ha decidido reaparecer en el Día de Sant Jordi, quizá alentado por la antigua leyenda de san Jorge ajusticiando ese dragón poético y feroz de la cola ensangrentada que se convertía en las rosas que hoy se regalan el 23 de abril. Lo medieval y lo cursi también se cruzan como Isabel Pantoja y Ortega Cano.

Y allí, en su querida Zarzuela, apareció el Monarca con tan buen aspecto que muchos pensaron que quizá visitó al ilustre mago Enrique Monereo. O a lo mejor acudió a la popular alquimista Maribel Yébenes. El hecho indudable es que el Rey eclipsó completamente al caballero de Bonald, la jornada en que le entregaban su merecido Premio Cervantes. En la foto de ese día, el poeta es una anécdota, un verso suelto. De él vemos su perfil mientras todo el foco es para los monarcas.

 En cualquier caso, la lírica estaba en el aire, y los Reyes, sobre la misma alfombra. Y aunque la dicha de verlos juntos escasea, la fuerza de la poesía lo hizo posible. La Reina sonreía mientras el Rey, apoyándose en el borde del escritorio, aferrado, pero no sin elegancia real, lisonjero, díjole a Bonald: “Ojalá yo me viera como tú a tu edad”, recuperando ese carácter jovial y carisma fuera de control que tantos aplausos cosecha entre sus lacayos. Para luego agregar otra verdad importante: que está preparado para dar guerra. Seguro y confiado en su formación castrense le habló, así, de guerra al poeta. ¡Como si lo que le sucede en su casa y en su reino no nos la estuviera dando a todos, señor! Otro frente de batalla ya ha estallado en México. Los diarios Excélsior y El Universal informan de que “el presidente del Instituto Nóos, Urdangarin, aprovechó la buena relación del Rey con el expresidente Felipe Calderón” para hacer negocios en ese país. Los mails de Torres bailan a ritmo de mariachi.

La frase de la noche se la dijo un mánager a una exestrella. “Vámonos, que nos vemos buscando trabajo”

En la misma semana que se anunciaron las abismales cifras del paro, Madrid se vio asediada por fiestas comerciales. Revistas, joyerías y hasta unas fajas fueron celebradas en festines que rivalizaban con la crisis. 

Un error hacer coincidir la desgracia con bienvenidas a la primavera. Pero quizá el error más garrafal fue el de los guionistas de la gala de los Premios Iris de la Academia de la Televisión. Instaron a Mariló Montero a que ejerciera de generala ordenándoles a los premiados que no dedicaran sus premios a sus familiares más directos. La reacción fue un diluvio de agradecimientos a vivos y muertos delante de una audiencia desesperada por que acabara la gala y sirvieran la paella. Entre canapés, premiados y desempleados se preguntaban si tenían proyectos. La frase de la noche se la dijo un mánager a una exestrella. “Vámonos, que nos vemos buscando trabajo”.

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