Autor: Pablo
Cabellos Llorente
Hace
un cierto tiempo que se habla de cambios episcopales para dos sedes importantes: Valencia y Madrid. La verdad es
que no he hecho mucho caso a tales especulaciones, porque siempre pienso en
estos casos que ya sucederá lo que tenga que suceder. Y ahora ya ha ocurrido:
nuestro buen Arzobispo Carlos Osoro nos deja para ir a Madrid. En principio,
para los valencianos, es una noticia triste. Se va de Valencia un gran obispo,
un hombre sencillo, pastor bueno, al que no hay que insistir para que vaya a
tal o cual lugar.
La
pena queda sobradamente calmada con la noticia de que un valenciano amigo, un
cardenal viene a Valencia como nuevo arzobispo. Casi cien años sin un obispo
valenciano en Valencia. Por hay otros lugares sembrados de obispos valencianos.
Don Antonio Cañizares, como diría Machado, es un hombre bueno en el buen sentido
de la palabra, porque es sencillo, cordial, amable, pero sabe muy bien lo que
lleva entre manos. Yo ni me planteo el porqué del cambio porque ambos son
buenos para los dos sitios y tal vez porque la Santa Sede trata de evitar en lo
posible enviar un obispo al lugar en que ha sido sacerdote. Y no hemos de
olvidar que el cardenal Cañizares estuvo años en Madrid antes de ser obispo,
con cargos importantes en la Diócesis capitalina y en la Conferencia Episcopal
Española. Ahora devuelve el cardenalato a nuestra diócesis.
Pero
se me está yendo la tecla sin que escriba algo que responda al título de estas
líneas. Y es que, cuando se va teniendo cierta edad, se tienen más amigos por
todas partes. Es una ventaja. Como por diversos motivos pastorales he debido tratar
con muchos obispos, hace mucho tiempo que conozco a ambos. Y se lo agradezco a
la Providencia, porque es bueno conocer personas buenas. Aunque la vedad es que
un sacerdote ha de conocer a gente de todo tipo, siempre con el ánimo de ayudar
a mejorar. Nuestros dos arzobispos no han sido conocidos por mí para ayudarles
a mejorar. En todo caso, ellos me ayudaron a mí.
Conocía
menos a don Carlos, porque enlacé con él
en esos muchos actos de ordenaciones episcopales y tomas de posesión a los que
he asistido. Pero como es un hombre
sencillo, es muy fácil trabar conversación con él. Creo recordar que la última
antes de venir a Valencia, fue en la toma de posesión del anterior obispo de
Alicante que, como es sabido, hace su entrada en Orihuela montado en una mula
blanca. Habíamos comido en el Colegio de Santo Domingo, bellísimo edificio
oriolano. Salimos a esperar al nuevo obispo. Mientras aguardábamos, y después
siguiendo la comitiva, estuve charlando con don Carlos, entre otras cosas del
cariño que tenía al entonces mi colega a quien correspondía la diócesis de Oviedo. Señaló tantas cosas buenas de él, que
detuvo la conversación para decir: a lo mejor te extrañas de esto, pero lo digo
porque yo quiero mucho a Ángel.
Cuando
vino a Valencia, me llamó una secretaria para decir que el Arzobispo quería
verme. Pregunté si no sería un error puesto que ya no era vicario del Opus Dei.
Me respondió que no, que ya había recibido al vicario, pero que deseaba verme a
mi. Acudí con mucho gusto. No sé si fue un detalle por nuestro anterior
conocimiento, por mi amistad con don Agustín –el arzobispo anterior, que
fallecería poco después siendo cardenal-, pero quiso preguntarme algo que no
sería discreto narrar. Más adelante fui a verle para pedirle que presentara mi
libro “Encontrarse con Cristo”. Me respondió afirmativamente antes de que
expusiera el tema. No exagero. Fue así
porque así es don Carlos: un sí siempre para todos. Y me lo presentó.
Más
antigua es mi relación con el cardenal Cañizares. Nos conocíamos ya, pero
consolidó nuestra amistad algo fortuito. Yo había acudido a una reunión de
sacerdotes en el seminario de Madrid. Había sacado mi coche, llovía y vi a
Antonio Cañizares en la puerta. Le ofrecí llevarlo. Se resistía por no querer
molestar, pensando que iba lejos, a la sede de la Conferencia Episcopal.
Antonio, le dije, si yo vivo al lado. Y subió al coche. Tal vez por
agradecimiento a tan poca cosa, comenzó un mayor trato, muy fácil porque es,
como don Carlos, sencillo y de trato fácil. También don Carlos es bueno en el
buen sentido de la palabra.
Como
se acaba el espacio, recuerdo que, siendo Arzobispo de Granada, tuvo un grave
accidente de circulación su sobrino suyo, que vivía con él, pero estando unos
días en Utiel, sufrió el serio percance.
Fui a visitarlo varias veces al Hospital General de nuestra ciudad. El sobrino
estaba en la UVI y el tío velaba constantemente a la puerta. Le llevé una
estampa con reliquia de Monseñor Escrivá de Balaguer, aún no beatificado. El
sobrino salió adelante y para que no “pelearan” por la estampa, pedí a Granada
que le dieran otra. Son asuntos demasiado personales, pero los cuento porque
tal vez ayudan a ver el talante de dos hombres buenos.