Vida Cristiana
Adviento es el tiempo de la humilde espera del
Salvador, de la plena alegría por su nacimiento.
“El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la
revolución de la ternura”[1]:
el papa Francisco muestra que, en el misterio de Cristo, los signos manifiestan
la ternura de Dios. Y san Ignacio de Antioquía dice que al Señor se le conoce
en su silencio.
El tiempo de Navidad está
anunciado por un Adviento donde la moderación y el relativo silencio de los
instrumentos musicales en la liturgia son signos de la humilde espera del
Salvador, de la plena alegría de su nacimiento[2].
El Verbo se hace carne y lo
contemplamos niño: “infans”, en latín, lo que significa literalmente
“que no habla”. La Palabra no sabe hablar. El silencio de Dios invita a la
contemplación, a la admiración, a la adoración. El Verbo se ha abreviado, dicen
los Padres de la Iglesia: el Hijo de Dios se ha hecho pequeño para que la
Palabra esté a nuestro alcance, signo silencioso y tierno que pide amor.
La liturgia extiende ese
silencio a la naturaleza entera. “Cuando un sereno silencio lo envolvía todo y
la noche estaba a la mitad de su curso”, reza el libro de la Sabiduría, bajó a
la tierra “desde el Cielo tu omnipotente Palabra” (Sb 18, 14-15). La
aplicación de ese texto al nacimiento de Jesús se remonta probablemente al
judeocristianismo, es decir en los primeros tiempos de la Iglesia[3].
La Palabra no sabe hablar. El silencio de Dios invita
a la contemplación, a la admiración, a la adoración.
El rezo del Ángelus
vespertino nació de la creencia de que en aquella hora, cuando cae el silencio
de la noche, la Virgen María recibió el saludo angélico. Poco a poco, se
extendió la práctica de recitar esa oración a mediodía, pidiendo entonces, en el
siglo XV, por la paz de la Iglesia[4].
María, y José, el
silencioso, volverán a Nazaret: treinta años de silencio de Jesús, amaba
subrayar san Josemaría[5].
Vendrá la vida pública, e incluso un día Cristo callará ante Herodes “con un
divino silencio”[6].Isaías
había profetizado: “En el silencio y en la esperanza residirá vuestra
fortaleza”; san Josemaría lo aplicaba también a la adversidad: “Callar y confiar”[7];
pues, como decía Benedicto XVI, “las circunstancias adversas son
misteriosamente «abrazadas» por la ternura de Dios”[8].
En palabras de Francisco, “poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe
comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de
las peores angustias: «[…] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor»
(Lm 3,26)”[9].
Un poeta francés dice que
los pensamientos son pájaros que cantan solo cuando están en el árbol del
silencio. El cristiano piensa y reza: “Días de silencio y de gracia intensa...
Oración cara a cara con Dios...”[10].
En la pluma de san
Josemaría, la palabra “silencio” es frecuentemente usada con los adjetivos
fecundo, alegre, amable[11].
El trabajo callado es elocuente, el esfuerzo silencioso da frutos[12]…
El silencio respira paz,
humildad, descanso, serenidad, e incluso eficacia; permite el recogimiento.
Elías escuchó a Dios en “un susurro de brisa suave”, literalmente en “la voz de
un fino silencio” (1R 19,12), que expresaba la intimidad de una
conversación[13].
Hacen falta tiempos de
“silencio interior”, constata san Josemaría[14].
Como dice la beata Madre Teresa de Calcuta, “Dios habla en el silencio del
corazón. […] El fruto de ese silencio es la oración. El fruto de la oración es
la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el
fruto del servicio es la paz. Porque la paz proviene de quien siembra el amor
transformándolo en acción”[15].
Da paz buscar un cierto
silencio en el trabajo, en la familia y en la sociedad. Según una bella
tradición cristiana, se puede tender al silencio cuando empieza la tarde, en
memoria de la pasión del Señor, y guardarlo durante la noche, para descansar en
Él. Después de la muerte en la cruz vendrá el silencio del sepulcro, hasta la
gloria de la resurrección. El gran silencio de los cartujos y de tantos
religiosos acompaña y sostiene la oración de toda la Iglesia.
El silencio lleva a ser
atento con los demás y refuerza la fraternidad. El Evangelio pide, como
recuerda el papa Francisco, “un ejercicio perenne de empatía, de escucha del
sufrimiento y de la esperanza del otro”[16].
La ternura de Dios hace nuestro corazón sensible, cercano. Nos abre a los demás
y descubrimos, en palabras de san Josemaría, “personas que necesitan ayuda,
caridad y cariño”[17].
En un tiempo donde parece que tenemos que llenar todo nuestro día de
iniciativas, de actividades, de ruido, es bueno hacer silencio fuera y dentro
de nosotros para poder escuchar la voz de Dios y la del prójimo.
Cada Adviento evoca la
espera gozosa de la segunda venida del Señor. Cuando se abre el séptimo sello
del Apocalipsis, se hace un silencio en el cielo (Ap 8, 1) que nos prepara
al misterio trinitario. Calla el cielo porque reza, en humilde espera de la
manifestación de Dios. Como dice el Pseudo-Dionisio, veneramos en respetuoso
silencio lo inefable de Dios: adoramos[18].
El Concilio Vaticano II
recomienda en la santa liturgia el “silencio sagrado” ante Dios[19].
Así, durante la celebración eucarística, señala Francisco, “los creyentes hacen
silencio y lo dejan hablar a Él”[20].
El Prelado del Opus Dei recuerda como los tiempos de silencio invitan a la
asamblea reunida en la caridad a “escuchar las sugerencias íntimas” del
Espíritu Santo[21].
La ternura de Dios se
manifiesta en los signos… Según una bella expresión de los Padres, aprendamos a
leer esos «modos de ser» de Dios, que se nos revela en Jesucristo. Acompañemos
el silencio de María y José. “Caía la tarde, con un silencio denso... Notaste
muy viva la presencia de Dios... Y, con esa realidad, ¡qué paz!”[22].
Guillaume Derville
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[3] Cf. Jean
Daniélou, Théologie du judéo-christianisme. Histoire des doctrines
chrétiennes avant Nicée, 1, Desclée-Cerf, Paris 19912, p. 276.
[4] Cf.
Mario Righetti, Historia de la liturgia I, Biblioteca de Autores
Cristianos, Madrid 1955, p. 206-207.
[13] En
hebreo, es la fórmula enigmática: “qol demama daqqa”, que Francisco
glosa en su homilía en Santa Marta, cf. Osservatore Romano, 13 de
diciembre de 2013, p. 8.
[15] Beata
Teresa de Calcuta, Entrevista concedida en 1987 al periodista R. Farina, y
publicada en el seminario italiano Il Sabato, cit. en J.L. Illanes, Tratado
de Teología espiritual, EUNSA, Pamplona 2007, p. 394-395.
[16]
Francisco, Mensaje para la celebración de la XLVII Jornada Mundial de la Paz (1
de enero de 2014), 8 de diciembre de 2013, 10.
[18] Cf.
Pseudo-Dionisio, De divinis nominibus, c. I, n. 11, cit. en Fernando
Ocáriz, Sobre Dios, la Iglesia y el mundo, Rialp, Madrid 2013, p. 70.
[21] Javier
Echevarría, Vivir la Santa Misa, Rialp, Madrid3, p. 70; cf. también p.
25, 106, 186. Cf. Ordenación general del Misal Romano, 45, 55-56. Cf.
Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, 66.
Por: Guillaume Derville | Fuente:
http://www.opusdei.org
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