Autor: Pablo
Cabellos Llorente
La
ética esta en boca de todos por su constante violación. Llevamos muchos años de
corrupción. La verdad es que desde que el mundo es mundo. Pero ahora hay más
medios y modos para ejercerla y puede extender sus redes de polo a polo con
enorme facilidad. Y no me refiero solamente a la económica, que es la más
llamativa para la mayoría. Pero lamentablemente está muchas veces en la cresta
de la ola porque se anatematiza a determinados incumplidores de la legalidad
(ahora a los poseedores de tarjetas negras y después la panda de cobradores de
comisiones ilegales) mientras quedan impunes ante el juez, los jefes políticos,
sindicales o empresariales de las diversas filas.
Es
obvio que no me dedicaré a defender a los autores de tales hazañas, pero me da
pie para escribir que la ética no se hace a golpe de lo que en un momento
determinado escandaliza a la opinión pública porque la ataca de modo más
sensible. "La ética –escribía Leonardo Polo- no es una
cataplasma, no es moralina... Establece las leyes del actuar humano, de tal
manera que, si esas leyes se conculcan, el hombre deja de comportarse como tal". La
ética es medular en la constitución de la persona. En sus aspectos más
profundos y capitales, la conducta humana coopera muy intensamente en nuestra realización personal y en la de los
demás. De hecho, la gran mayoría de nosotros concuerda en muchos aspectos para
dilucidar qué es bueno y qué es malo.
Sin embargo, una serie de
circunstancias han permitido que esa línea roja que separa el bien del mal se
haya convertido en algo nebuloso, poco claro. Hay campos en los que admitimos
variables según ideologías, de acuerdo con los propios aciertos o errores, con
el uso de la libertad como una mera posibilidad de elegir sin ningún horizonte
que la finalice. Escribe Alejandro Llano que la dignidad humana es inseparable
de lo que Lewis llama el “Tao”, ese conjunto de convicciones morales que
acompañan a las mujeres y hombres de todo tiempo y lugar. Pero hemos perdido el
“Tao” en muchos aspectos de nuestras vidas, en muchas ocasiones también
deslumbrados por una ciencia que ha producido mucho bueno, pero también bombas
atómicas, guerra química, masacres, experimentos médicos terribles durante el
Holocausto, manipulación genética…
Polo tiene mucho cuidado de no presentar la
ética de forma reductiva, bien sea como ética de bienes (hedonismo), ética de
normas (racionalismo ético kantiano) o ética de virtudes (estoicismo). Por el
contrario, subraya la importancia de una ética que abarque todas sus
dimensiones propias, es decir, una ética completa. La superación de la
dicotomía entre ética de normas y ética de la felicidad la realiza Polo acudiendo a las
nociones escolásticas de “voluntas ut natura” y “voluntas ut ratio”. Gracias a
la primera, hay en el hombre una inclinación insoslayable hacia la felicidad,
pero la determinación de la acción concreta sólo es posible mediante la
vinculación con la razón. Esto da pie a un desarrollo sobre la razón práctica,
en la que hay que distinguir la captación de los primeros principios de la
acción moral (la sindéresis), y los juicios sobre la moralidad de las acciones
concretas, es decir, la conciencia moral.
Ese planteamiento puede parecer un tanto
teórico, filosofía. Y lo es, lo que no obsta para que esté requiriendo una
versión práctica reflejada en nuestras conductas diarias: si no participamos la
idea de que la ética implica a la persona entera y compromete su dignidad,
vamos mal. Recientemente, un conocido político de izquierdas decía que si
cientos de miles de españoles se conmocionan por la muerte de un perro,
mientras que nadie abre la boca cuando miles de niños mueren diariamente de
hambre, algo hemos de pensar. Efectivamente, algo nos pasa. Y lo peor que puede
suceder es aquello de Ortega: “lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos
pasa”.
Y lo malo es que no lo sabremos nunca
mientras impere la ética de la encuesta, del oportunismo, de lo que suena bien
o de lo políticamente correcto. Es muy urgente que vuelva el sentido común, la
búsqueda de la felicidad y de la grandeza del hombre por la captación de los
principios morales básicos y su aplicación en nuestras vidas. Los que rigen los
destinos de un pueblo, una empresa o un sindicato no pueden seguir en su
poltrona a costa de aguar las ideas claras de sus gobernados en cualquier
orden. Hay que volver a la sensatez de llamar al pan, pan y al vino, vino, en
lugar de hacer equilibrios para conservar la poltrona, aun a costa de tambalear
y derribar una entera sociedad.
Sí, la ética es una nebulosa porque se pone la línea roja donde conviene al
que la traza, seguramente sin pensar en sus graves consecuencias. Sirvan para
terminar unas frases de El Quijote: "Buen
natural tienes, sin el cual no hay ciencia que valga". "Letras sin
virtud son perlas en el muladar", "¿Al dinero y al interés mira el
autor? Maravilla ser que acierte", ya que
"es mejor ser loado de unos pocos sabios, que burlado de muchos
necios".
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