Una iglesia en Kirdasa, a las
afueras de El Cairo, destrozada por los islamistas.| F.C.
- Amnistía Internacional pide el final de las leyes
discriminatorias
Francisco
Carrión | El Cairo
En el punto de mira de
los islamistas y huérfanos de un estado que les proteja y no les discrimine.
Los cristianos coptos, la gran minoría de Egipto, conmemoran este miércoles el
segundo aniversario de la muerte de 27 fieles a manos del ejército con
la resaca de los ataques a
iglesias, monasterios y comercios que desató el feroz desalojo de
las acampadas de los partidarios del derrocado Mohamed Mursi. Las fuerzas de
seguridad, fieles a una larga y dolorosa historia de negligencias,
permanecieron impasibles ante esta reciente oleada de violencia sectaria.
El pasado 14 de agosto
la mecha contra la comunidad
copta, alentada durante meses desde los canales de televisión
islamistas y en la tribuna de las sentadas tras el golpe de Estado, prendió. Y
los cristianos, acusados de liderar las protestas y financiar la asonada, se
convirtieron en cabeza de turco. Al menos 43 iglesias quedaron completamente
destruidas y 207 propiedades de cristianos fueron atacadas, según cálculos de
la Iglesia Ortodoxa Copta. Varios monasterios y templos con siglos de
historia engrosaron la lista de inmuebles reducidos a escombros.
Ahora, un informe
de Amnistía Internacional (AI) titulado '¿Cuánto tiempo vamos a vivir en
esta injusticia?' levanta acta de esta catástrofe con un relato pormenorizado
de los ataques registrados en las provincias de Minia y Fayum, en el sur, y el
área metropolitana de El Cairo. La organización denuncia la inacción de
policía y ejército, que llegaron incluso a retirar los efectivos apostados
en las iglesias poco antes del desalojo de las acampadas. La minoría cristiana,
una de las más vibrantes de Oriente Próximo, representa el 10% de la población
egipcia.
"A la luz de
ataques previos, especialmente desde el derrocamiento de Mursi, debería haberse
previsto una reacción violenta contra los
cristianos coptos. Sin embargo, las fuerzas de seguridad no
impidieron los ataques ni intervinieron para detener la violencia",
lamenta Hassiba Hadj Sahraoui, directora adjunta de Oriente Medio y Norte de
África de AI. Y agrega: "Cualquier investigación que se lleve a cabo debe
examinar también el papel de las fuerzas de seguridad. Algunos incidentes
duraron horas y se repitieron en días sucesivos (...) ¿Por qué las fuerzas
de seguridad no fueron capaces de impedirlos y ponerles fin?".
Al menos cuatro
personas perdieron la vida en unos altercados condenados públicamente por los
Hermanos Musulmanes. No obstante, AI censura la retórica sectaria
lanzada por algunos islamistas desde la tribuna de Rabea al Adauiya, la
principal acampada en la capital, y pide a los gerifaltes de la cofradía que
insten a sus simpatizantes a "abstenerse de llevar a cabo más ataques y
usar lenguaje sectario".
Los incidentes que los
testigos relatan en el informe de AI resultan estremecedores. En Delga, la
ciudad del sur del país tomada durante semanas por los islamistas y cuyo
control han recuperado recientemente las fuerzas del orden, Iskandar Tus, un
cristiano de 60 años, fue asesinado en el interior de su vivienda.
Luego, la turba desfiguró su cuerpo y lo arrastró con un tractor por las calles
del pueblo. Ni quiera mereció un reposo tranquilo: su tumba fue profanada en dos
ocasiones.
La provincia de Minia,
a unos 300 kilómetros al sur de la capital egipcia, fue epicentro de la
violencia sectaria. Los ataques se sucedieron sin que la policía acudiera a
las llamadas de socorro. "Hablamos con el primer ministro, el ministro
del Interior y un oficial del ejército pidiéndoles que intervinieran",
contó poco después de los incidentes el obispo de Minia Anba Makarios. La ayuda
suplicada nunca llegó.
En la ciudad de
Malaui, un sacerdote llamó sin descanso a los servicios de emergencia y la
policía mientras una turba prendía fuego a su iglesia. Ni un solo uniformado
asomó por el páramo. Y en los alrededores las fachadas de decenas de tiendas
cristianas fueron marcadas con una 'X' para distinguirlas de los locales
musulmanes y facilitar su destrucción.
Discriminación y
vulnerabilidad
La violencia sectaria,
recuerda otro informe reciente de AI, "es una mancha imborrable en el
historial de los sucesivos gobiernos que no han tomado medidas en ningún
momento para detener los ataques contra las minorías".
Precisamente, uno de
los sucesos más dramáticos que ha padecido la minoría cristiana fue obra del
ejército que ahora dirige los designios del país. El 9 de octubre de 2011 los
soldados convirtieron una marcha de coptos en un baño de sangre. 27 fieles
perdieron la vida a las puertas de la sede de la radiotelevisión pública, que
jugó un infame papel incitando al odio sectario. Dos años después, aquella
masacre -como todas las tropelías cometidas durante los 16 meses de junta
castrense- siguen impunes: sólo dos militares de baja graduación fueron
condenados por homicidio con penas de entre dos y tres años de cárcel.
Para detener la
sangría, la organización exige abrir una investigación imparcial e
independiente de los últimos episodios sectarios, impartir justicia contra los
culpables, poner coto a los "comités de reconciliación" y revocar
todas aquellas leyes que discriminan el acceso de los coptos a puestos de
responsabilidad o dificultan la construcción y reforma de sus lugares de culto.
AI recuerda que
durante la dictadura de Hosni Mubarak la comunidad cristiana sufrió al menos 15
ataques mortales. En el régimen que sucedió al golpe militar, subraya la
organización, la representación de los coptos en cargos de responsabilidad
sigue siendo muy débil. Sólo cuatro cristianos participan en el comité
de 50 personas encargado de redactar la nueva Constitución.
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