Por Alfonso Aguiló Pastrana
Acabo de leer que cada año, sólo en Francia, se fugan
de sus casas cien mil adolescentes, y cincuenta mil intentan suicidarse. Los
estragos de las drogas -blandas, duras, naturales o de diseño- son conocidos y
lamentados por todos. Parece como si las conductas adictivas fueran casi el
único refugio a la desolación de muchos jóvenes. La gente mueve la cabeza
horrorizada y piensa que casi nada se puede hacer, que son los signos de los
tiempos, un destino inexorable y ciego.
Sin embargo, se pueden hacer muchas cosas. Y una de
ellas, muy importante, es educar mejor los sentimientos. El sentimiento no
tiene por qué ser un sentimentalismo vaporoso, blandengue y azucarado. El
sentimiento es una poderosa realidad humana, que es preciso educar, pues no en
vano los sentimientos son los que con más fuerza habitualmente nos impulsan a
actuar.
Los sentimientos nos acompañan siempre, atemperándonos
o destemplándonos. Aparecen siempre en el origen de nuestro actuar, en forma de
deseos, ilusiones, esperanzas o temores. Nos acompañan luego durante nuestros
actos, produciendo placer, disgusto, diversión o aburrimiento. Y surgen también
cuando los hemos concluido, haciendo que nos invadan sentimientos de tristeza,
satisfacción, ánimo, remordimiento o angustia.
Sin embargo, este asunto, de vital importancia en
educación, en muchos casos abandonado a su suerte. La confusa impresión de que
los sentimientos son una realidad innata, inexorable, oscura, misteriosa,
irracional y ajena a nuestro control, ha provocado un considerable desinterés
por su educación. Pero la realidad es que los sentimientos son influenciables,
moldeables, y si la familia y la escuela no empeñan en ello, será el entorno
social quien se encargue de hacerlo.
Todos contamos con la posibilidad de conducir en
bastante grado los sentimientos propios o los ajenos. Con ello cuenta quien
trata de enamorar a una persona, o de convencerle de algo, o de venderle
cualquier cosa. Desde muy pequeños, aprendimos a controlar nuestras emociones y
a también un poco las de los demás. El marketing, la publicidad, la retórica,
siempre han buscado cambiar los sentimientos del oyente. Todo esto lo sabemos,
y aún así seguimos pensando muchas veces que los sentimientos difícilmente
pueden educarse. Y decimos que las personas son tímidas o desvergonzadas,
generosas o envidiosas, depresivas o exaltadas, cariñosas o frías, optimistas o
pesimistas, como si fuera algo que responde casi sólo a una inexorable
naturaleza.
Es cierto que las disposiciones sentimentales tienen
una componente innata, cuyo alcance resulta difícil de precisar. Pero sabemos
también la importancia de la primera educación infantil, del fuerte influjo de
la familia, de la escuela, de la cultura en que se vive. Las disposiciones
sentimentales pueden modelarse bastante. Hay malos y buenos sentimientos, y los
sentimientos favorecen unas acciones y entorpecen otras, y por tanto favorecen
o entorpecen una vida digna, iluminada por una guía moral, coherente con un
proyecto personal que nos engrandece. La envidia, el egoísmo, la agresividad,
la crueldad, la desidia, son ciertamente carencias de virtud, pero también son
carencias de una adecuada educación de los correspondientes sentimientos, y son
carencias que quebrantan notablemente las posibilidades de una vida feliz.
Educar los sentimientos es algo importante,
seguramente más que enseñar matemáticas o inglés. ¿Quién se ocupa de hacerlo?
Es triste ver tantas vidas arruinadas por la carcoma silenciosa e implacable de
la mezquindad afectiva. La pregunta es ¿a qué modelo sentimental debemos
aspirar? ¿cómo encontrarlo, comprenderlo, y después educar y educarse en él? Es
un asunto importante, cercano, estimulante y complejo.
proponer
un programa exigente y completo de valores, apoyados y vividos desde una
educación para la virtud, permitirá que los niños, adolescentes, jóvenes y
adultos maduren cada día en su humanidad, vivan abiertos a los demás, y se
preparen en serio a la meta en la que se decide, para siempre, el bien
verdadero de cada uno de nosotros: el encuentro eterno con Dios. ¿No debería
ser esa la señal inequívoca de que hemos sabido ofrecer un buen programa de
formación en los valores?
Enlace
al articulo original: https://www.aciprensa.com/Familia/sentimientos.htm
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