Algunos cambios sociales y las
condiciones actuales de vida han limitado la función de los abuelos dentro de
la familia. Bryce J. Christensen examina esta nueva situación en un estudio
publicado en "The Family in America". A la vez, explica el importante
papel que los abuelos tienen en la vida de los niños. Ofrecemos un resumen de
este trabajo.
Gracias al aumento de la
longevidad, actualmente hay más personas que nunca con posibilidad de ser
abuelos, y de serlo por más tiempo. En Estados Unidos, a principios de siglo
había sólo 14 abuelos por cada 100 padres, mientras que hoy la proporción es de
48 por 100. Sin embargo, diversos factores sociales hacen que a menudo se
desaproveche su valiosa contribución a la vida familiar.
La memoria familiar
Los abuelos ocupan un lugar
destacado en la vida de los niños. Según el psiquiatra infantil Kornhaber,
"para un niño, sólo los padres está por encima de los abuelos en la
jerarquía del afecto".
Los abuelos son como
"libros vivientes y archivos de la familia", dice Kornhaber.
Transmiten experiencia a sus nietos y les inculcan valores. Esta función es
especialmente importante en la actualidad, ya que, al pertenecer a una
generación en que había menos divorcios y más familias numerosas, los abuelos
están en condiciones de "ayudar a los padres y a los nietos a comprender
principios hoy olvidados con demasiada frecuencia, y sin embargo esenciales
para una buena vida familiar. En palabras de un periodista "se aprende más
de diez abuelos que de diez expertos en temas familiares."
En particular, los abuelos
pueden ser excelentes transmisores de la herencia religiosa. Para los niños,
los abuelos son símbolos vivientes de la tradición y de las trascendencia.
Abuelos en los
tribunales
Por desgracia, las nuevas
tendencias sociales y familiares privan a muchos niños de los abuelos. En
primer lugar, a causa de la brusca caída de la fertilidad, un gran número de
personas mayores tienen pocos nietos o ninguno. Se prevé que en el año 2000
habrá en Estados Unidos más mayores de 55 años que niños menores de 14, lo que
supondrá un desequilibrio demográfico sin precedentes. Y se observa que los
hijos únicos -muy frecuentes ahora- suelen tener a su vez un solo hijo. En
opinión de algunos estudiosos, esta escasez de nietos puede tener efectos educativos
perjudiciales, al provocar en los abuelos demasiada competencia por el afecto y
la atención de los niños.
El problema se complica con el
divorcio. Cuando los padres se separan, los niños pierden dos abuelos,
generalmente paternos, ya que suele ser la madre la que se queda con los hijos.
Para la madre divorciada, la ruptura con el marido lleva naturalmente a cortar
la relación con los suegros, como parte de su deseo de enterrar los antiguos
vínculos. Así, es frecuente que la madre impida que los padres del ex marido
visiten a sus nietos. Lo que resulta doloroso para los abuelos paternos y para
los niños, que siguen ligados con lazos de sangre y por tanto no en las cosas
del mismo modo.
Esto ha provocado que en
Estados Unidos algunos abuelos acudan a los tribunales para que se les otorgue
el derecho de visitar a sus nietos. Es ilustrativo de las situaciones
paradójicas y los quebraderos de cabeza a los que conduce el divorcio. Por un
lado, el mantenimiento de la relación abuelos-nietos es natural. Por otro, la
pura lógica legal se opone a que persistan vínculos de derivados de un
matrimonio declarado disuelto.
De modo que, mientras unos
juristas están a favor de reconocer el derecho a visita a los abuelos, pensado
en el bien de los niños, otros consideran que eso significa una intrusión en
asuntos familiares y una dificultad adicional para que se cierre la herida
abierta por el divorcio.
En cualquier caso, el recurso a
los jueces acarrea consecuencias desagradables. El proceso inevitablemente saca
a la luz disputas familiares: para los niños, ya maltratados emocionalmente por
la ruptura de sus padres, es un golpe más. Y si el tribunal concede derecho de
visita a los abuelos, los pequeños no podrán menos que percibir un conflicto
entre el afecto por aquellos y la postura de su madre; pero en caso contrario,
sufrirán igualmente, al verse separados de sus abuelos.
En sustitución del padre
Los abuelos maternos están en
otro caso. Muchas veces han de llenar el vacío creado por la desaparición del
padre al producirse el divorcio. Cuando unos abuelos ejercen las funciones que
normalmente corresponden al padre, se crea una situación ambigua. Para el niño,
los abuelos son objeto de cariño particular y está investidos de una autoridad
distinta de la del padre. Si se mezclan los papeles, el niño parece tener unos
abuelos demasiado enérgicos o un "padre" excesivamente blando.
Si la madre vuelve a casarse
los niños no ganan -contra lo que se podría pensar- dos nuevos abuelos que
reemplacen a los perdidos. Los "abuelastros" no se sienten
especialmente vinculados a los "nietastros", ni estos a aquellos. A
la vez, los verdaderos abuelos paternos quedan aún más marginados.
Un síntoma más de la actual
patología familiar son los nacimientos ilegítimos. En Estados Unidos, no llegaban
a 400.000 en 1970, pero en 1988 fueron más de un millón. En relación con el
total de nacimientos, pasaron del 11% al 25% en el mismo período. Este fenómeno
también crea situaciones difíciles desde el punto de vista de los abuelos. Rara
vez los abuelos paternos de un niño nacido fuera del matrimonio ayudan o ven
siquiera al pequeño.
Por su parte, los abuelos
maternos suelen verse obligados a sustituir al padre ausente. Pero es habitual
que estén disgustados por el nacimiento ilegítimo, lo que puede influir
negativamente en su afecto hacia el nieto. De este modo, el aumento de
nacimientos ilegítimos también contribuye a que haya niños privados de los
valiosos beneficios que les podrían dar unos buenos abuelos.
Apartheid generacional
Incluso cuando no media
divorcio ni unión ilegítima, la labor de los abuelos resulta obstaculizada por
los recientes cambios del ambiente social.
En primer lugar, ahora es más
difícil que los abuelos vivan cerca de sus nietos. Las distancias hacen que la
familia nuclear lleve una vida separada de los demás parientes. A menudo los
abuelos no están tan lejos que no puedan visitar a los nietos en forma más o
menos regular. Pero las visitas periódicas no son suficientes para que los
abuelos lleguen a formar parte de la vida diaria de la familia, por lo que se
convierten en algo parecido a los actos sociales, como las reuniones con los
amigos.
Otro fenómeno reciente que
aumenta la separación física entre los abuelos y nietos es la proliferación
-especialmente marcada en Estados Unidos- de zonas residenciales para
jubilados, generalmente situadas en lugares cálidos.
Christensen se refiere también
a los efectos de la cultura juvenil. La exaltación de la juventud como valor en
sí mismo ha llevado a un cierto menosprecio de los mayores. El culto acrítico a
las novedades crea el prejuicio de que por boca del abuelo habla un pasado
caduco, más que la experiencia y la sabiduría, por lo que sus opiniones son
menos tenidas en cuenta. Esto es, en ocasiones, tan general y notorio, que
muchos abuelos renuncian a dar consejos a sus hijos y nietos. En consecuencia,
los abuelos de hoy tienen menos autoridad e influyen menos en la formación de
los nietos. Los miman, pero no los educan como en otros tiempos, ni tienen la
misma facilidad para inculcarles verdades espirituales y morales.
Abuelos atendidos en
casa
Otro hecho que favorece la
marginación del abuelo es la creciente tendencia a transferir a instituciones
especiales la responsabilidad de cuidar de los ancianos, que tradicionalmente
ha corrido a cargo de la familia. Esto es, en parte consecuencia de la baja
fecundidad, pues cada vez más ancianos tienen uno solo o ningún hijo que pueda
ocuparse de ellos. También influye el aumento de familias en que trabajan los
dos cónyuges.
Christensen señala un factor
mas: la resistencia pensar en la muerte. Citando al historiador francés
Philippe Ariés, "la muerte se ha convertido en un tabú, en una cosa
innombrable". Se prefiere que el pariente anciano muera en el hospital,
donde "saben que hacer en estos casos", en vez de en casa, rodeado de
la familia, nietos incluidos. La agonía y la muerte se han hecho casi
invisibles, salvo para los profesionales sanitaristas.
El olvido de la muerte fomenta
la búsqueda de satisfacciones terrenas. "Cuando la moralidad dominante
-dice Christensen- se basa en la existencia de un juicio después de la muerte,
los que está cerca de ella naturalmente son objeto de un profundo
respeto". Mientras que si sólo se persigue el éxito y la recompensa en
esta vida, la reverencia a los ancianos se pierde en gran medida.
Para que los abuelos vuelvan a
ocupar el lugar que merecen, el autor cree que es preciso reformar los sistemas
de seguridad social, de modo que las familias contribuyan más al cuidado de sus
mayores en forma directa. El mal estado financiero de la seguridad social en
muchos países puede hacer que, en el futuro, esta opinión se convierta en un
imperativo. De todas formas, no es una cuestión meramente económica. Si la
familia numerosa sigue siendo una rara avis, resultará difícil que los ancianos
pasen del asilo al hogar familiar.
Una asignatura que nadie
más enseña
El fondo del problema, señala
el autor, esta en los mismos factores sociales, espirituales y culturales que
perjudican a la familia en general. Christensen propone algunas soluciones al
alcance de las familias mismas.
Los abuelos, dice Christensen,
deben renunciar a la extendida aspiración de disfrutar de un cómodo retiro
lleno de diversiones y de viajes de placer. Por el contrario, tienen la
posibilidad de llenar los últimos años de su vida con una tarea más útil y
satisfactoria: dedicarse a sus hijos y nietos. A su vez, los padres deberían
tener en cuenta el factor de la proximidad de los abuelos a la hora de fijar su
residencia. Conviene también "apagar mas a menudo la televisión y el video
para que los nietos puedan escuchar historias narradas por los abuelos".
Hay que hacer un sitio a los abuelos en los planes familiares, para que
compartan con los nietos las vacaciones, los días de fiesta, y la asistencia a
actos de culto. Y, aunque esto suponga un sacrificio, la familia misma debe
ocuparse directamente del cuidado de los abuelos ancianos, sin recurrir a la
residencia o al hospital salvo cuando no quede otro remedio.
Desde cierto punto de vista,
hoy los abuelos son mas necesarios que nunca. Su ayuda puede ser especialmente
valiosa para los matrimonios jóvenes que necesitan dos sueldos. Pero los
abuelos son mucho más que una buena guardería: son un eficaz complemento de la
tarea educativa de los padres. Como dice el citado psiquiatra Kornhaber,
"La asignatura que imparte el abuelo no se enseña en ningún otro
sitio".
Extractado de Revista
NUEVA LECTURA
(Nro. 4 pág. 40)
(Nro. 4 pág. 40)
Enlace al artículo
original: https://www.aciprensa.com/Familia/abuelos.htm
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