Homilía del Papa en la Misa en la Plaza
de la Revolución de La Habana. 20 de septiembre de 2015
En el segundo día de su Viaje Apostólico
a Cuba la mañana del Papa inició con la Santa Misa en el XXV domingo del tiempo
ordinario en la Plaza de la Revolución José Martí de La Habana. La Plaza, lugar
simbólico del país, fue escenario de la histórica Misa presidida por el Santo
Padre Francisco con la presencia de miles de fieles y peregrinos que se dieron
cita para oír las palabras del Sucesor de Pedro.
HOMILÍA COMPLETA DEL SANTO PADRE
El Evangelio nos presenta a Jesús haciéndole
una pregunta aparentemente indiscreta a sus discípulos: «¿De qué discutían por
el camino?». Una pregunta que también puede hacernos hoy: ¿De qué hablan
cotidianamente? ¿Cuáles son sus aspiraciones? «Ellos –dice el Evangelio– no
contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante».
Los discípulos tenían vergüenza de decirle a Jesús de lo que hablaban. En los
discípulos de ayer, como en nosotros hoy, nos puede acompañar la misma
discusión: ¿Quién es el más importante?
Jesús no insiste con la pregunta, no los
obliga a responderle de qué hablaban por el camino, pero la pregunta permanece
no solo en la mente, sino en el corazón de los discípulos.
¿Quién es el más importante? Una
pregunta que nos acompañará toda la vida y en las distintas etapas seremos
desafiados a responderla. No podemos escapar a esta pregunta, está grabada en
el corazón. Recuerdo más de una vez en reuniones familiares preguntar a los
hijos: ¿A quién querés más, a papá o a mamá? Es como preguntarle: ¿Quién es más
importante para vos? ¿Es tan solo un simple juego de niños esta pregunta? La
historia de la humanidad ha estado marcada por el modo de responder a esta
pregunta.
Jesús no le teme a las preguntas de los
hombres; no le teme a la humanidad ni a las distintas búsquedas que ésta
realiza. Al contrario, Él conoce los «recovecos» del corazón humano, y como
buen pedagogo está dispuesto a acompañarnos siempre. Fiel a su estilo, asume
nuestras búsquedas, aspiraciones y les da un nuevo horizonte. Fiel a su estilo,
logra dar una respuesta capaz de plantear un nuevo desafío, descolocando «las
respuestas esperadas» o lo aparentemente establecido. Fiel a su estilo, Jesús
siempre plantea la lógica del amor. Una lógica capaz de ser vivida por todos,
porque es para todos.
Lejos de todo tipo de elitismo, el
horizonte de Jesús no es para unos pocos privilegiados capaces de llegar al
«conocimiento deseado» o a distintos niveles de espiritualidad. El horizonte de
Jesús, siempre es una oferta para la vida cotidiana también aquí en «nuestra
isla»; una oferta que siempre hace que el día a día tenga sabor a eternidad.
¿Quién es el más importante? Jesús es
simple en su respuesta: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de
todos y el servidor de todos». Quien quiera ser grande, que sirva a los demás,
no que se sirva de los demás.
He ahí la gran paradoja de Jesús. Los
discípulos discutían quién ocuparía el lugar más importante, quién sería
seleccionado como el privilegiado, quién estaría exceptuado de la ley común, de
la norma general, para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás.
Quién escalaría más pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas.
Jesús les trastoca su lógica diciéndoles
sencillamente que la vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el
prójimo.
La invitación al servicio posee una
peculiaridad a la que debemos estar atentos. Servir significa, en gran parte,
cuidar la fragilidad. Cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra
sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y
angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor
que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas
tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Las personas de
carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, son
las que estamos invitados por Jesús a defender, a cuidar, a servir. Porque ser
cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de
sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es
invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia
ante la mirada concreta a los más frágiles.
Hay un «servicio» que sirve; pero
debemos cuidarnos del otro servicio, de la tentación del «servicio» que «se»
sirve. Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el
beneficiar a los «míos», en nombre de lo «nuestro». Ese servicio siempre deja a
los «tuyos» por fuera, generando una dinámica de exclusión.
Todos estamos llamados por vocación
cristiana al servicio que sirve y a ayudarnos mutuamente a no caer en las
tentaciones del «servicio que se sirve». Todos estamos invitados, estimulados
por Jesús a hacernos cargo los unos de los otros por amor. Y esto sin mirar al
costado para ver lo que el vecino hace o ha dejado de hacer. Jesús nos dice:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos». No
dice, si tu vecino quiere ser el primero que sirva. Debemos cuidarnos de la
mirada enjuiciadora y animarnos a creer en la mirada transformadora a la que
nos invita Jesús.
Este hacernos cargo por amor no apunta a
una actitud de servilismo, por el contrario, pone en el centro de la cuestión
al hermano: el servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne,
siente su projimidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca su promoción.
Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que
se sirve a las personas.
El santo Pueblo fiel de Dios que camina
en Cuba, es un pueblo que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las
cosas bellas. Es un pueblo que camina, que canta y alaba. Es un pueblo que
tiene heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos,
que marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza. Hoy los invito a
que cuiden esa vocación, a que cuiden estos dones que Dios les ha regalado,
pero especialmente quiero invitarlos a que cuiden y sirvan, de modo especial,
la fragilidad de sus hermanos. No los descuiden por proyectos que puedan
resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a su
lado. Nosotros conocemos, somos testigos de la «fuerza imparable» de la
resurrección, que «provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo» (cf.
Evangelii gaudium, 276.278).
No nos olvidemos de la Buena Nueva de
hoy: la importancia de un pueblo, de una nación; la importancia de una persona
siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos
uno de los frutos de una verdadera humanidad.
«Quien no vive para servir, no sirve
para vivir».
Por: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va
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