Crédito: Daniel Ibáñez
(ACI Prensa)
VATICANO, 09 Sep. 15 / 07:08 am
(ACI).- El
Papa Francisco volvió a hablar de lafamilia en la Audiencia General del miércoles, en
esta ocasión sobre la familia y la Iglesia como comunidad de cristianos.
Queridos hermanos y hermanas
¡buenos días!
Quisiera hoy detener nuestra
atención en el vínculo entre la familia y la comunidad cristiana. Es un
vínculo, por así decir, “natural”, porque la Iglesia es una familia espiritual
y la familia es una pequeña Iglesia (cfr Lumen Gentium, 9).
La Comunidad cristiana es la
casa de aquellos que creen en Jesús como la fuente de la fraternidad entre
todos los hombres. La Iglesia camina en medio de los pueblos, en la historia de
los hombres y de las mujeres, de los padres y de las madres, de los hijos y de
las hijas: esta es la historia que cuenta para el Señor. Los grandes eventos de
las potencias mundanas se escriben en los libros de historia, y allí
permanecen. Pero la historia de los afectos humanos se escribe directamente en
el corazón de Dios; y es la historia que permanece eternamente. Es este el
lugar de la vida y de la fe. La familia es el lugar de
nuestra iniciación – insustituible, indeleble – a esta historia.
Esta historia de vida plena que
terminará en la contemplación de Dios para toda la eternidad en el cielo, pero
que comienza en la familia y por eso, es tan importante la familia.
El Hijo de Dios aprendió la
historia humana por este camino, y la recorre hasta el final
(cfr Eb 2,18; 5,8). Es bonito volver a contemplar a Jesús y ¡los
signos de este vínculo! Él nació en una familia y allí “aprendió el mundo”: una
tienda, cuatro casas, un pueblo. Y sin embargo, viviendo por treinta años esta
experiencia, Jesús asimiló la condición humana, acogiéndola en su comunión con
el Padre y en su misma misión apostólica. Después, cuando dejó Nazaret y
comenzó la vida pública, Jesús formó en torno a él una comunidad, una
“asamblea”, es decir una con-vocación de personas. Este es el significado de la
palabra “iglesia”.
En los Evangelios, la asamblea
de Jesús tiene la forma de una familia y de una familia hospitalaria, no de una
secta exclusiva, cerrada: nos encontramos con Pedro y Juan, pero también el
hambriento y el sediento, el extranjero y el perseguido, la pecadora y el
publicano, los fariseos y la multitud. Y Jesús no cesa de recibir y de hablar
con todos, también con quien no espera más encontrar a Dios en su vida. ¡Es una
lección fuerte para la Iglesia! Los discípulos mismos han sido elegidos para
cuidar esta asamblea, esta familia de huéspedes de Dios.
Para que sea viva hoy esta
realidad de la asamblea de Jesús, es indispensable reavivar la alianza entre la
familia y la comunidad cristiana. Podremos decir que la familia y la
parroquia son dos lugares en donde se realiza esta comunión de amor que
encuentra su fuente última en Dios mismo. Una Iglesia de verdad según el
Evangelio no puede no tener la forma de una casa acogedora con las
puertas abiertas siempre. Las iglesias, las parroquias, las instituciones con
las puertas cerradas no se deben llamar iglesias, se deben llamar museos.
Hoy, esta es una alianza
crucial. «En contra de los “centros de poder” ideológicos, financieros y
políticos, volvemos a poner nuestras esperanzas en estos centros ¿de poder?
¡No! en centros del amor. Nuestra esperanza está en estos centros del amor.
Centros evangelizadores, ricos de calor humano, basados en la solidaridad y la
participación» también en el perdón entre nosotros. (Pont. Cons. para la
familia, Papa Francisco sobre la familia y sobre la vida 1999-2014 LEV 2014,
189).
Reforzar el vínculo entre la
familia y la comunidad cristiana es hoy indispensable y urgente. Cierto, es
necesario una fe generosa para reencontrar la inteligencia y la valentía para
renovar esta alianza. Las familias a veces dan un paso atrás, diciendo que no
están a la altura: “Padre, somos una pobre familia y también un poco
destartalada”, “no somos capaces”, “tenemos ya tantos problemas en casa”, “no
tenemos la fuerza”. Es verdad. Pero ninguno es digno, ninguno está a la altura,
¡ninguno tiene las fuerzas! Sin la gracia de Dios, no podremos hacer nada. Todo
se nos da gratuitamente. Y el Señor no llega nunca a una nueva familia sin
hacer algún milagro. ¡Recordemos lo que hizo en las bodas de Caná! Si, el Señor,
si nos apoyamos en sus manos, nos hace hacer milagros. Milagros de todos los
días cuando está el Señor en esa familia.
Naturalmente, también la
comunidad cristiana debe hacer su parte. Por ejemplo, buscar superar actitudes
demasiado directivas y demasiado funcionales, favorecer el diálogo
interpersonal y el conocimiento y la estima recíproca. Las familias tomen la
iniciativa y sientan la responsabilidad de llevar los propios dones preciosos
para la comunidad. Todos debemos ser conscientes que la fe cristiana se juega
en el campo abierto de la vida compartida con todos, la familia y la parroquia
deben cumplir el milagro de una vida más comunitaria para la sociedad completa.
En Caná, estaba la Madre de
Jesús, la “madre del buen consejo”. Escuchemos nosotros sus palabras: “Hagan
todo lo que él les diga” (cfr Jn 2, 5). Queridas familias, queridas comunidades
parroquiales, dejémonos inspirar de esta Madre hagamos todo lo que Jesús nos
dirá y ¡nos encontraremos frente al milagro, al milagro de cada día! Gracias.
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