Es necesario un rearme moral: acogida,
solidaridad y legalidad son valores fundamentales.
Somos muchos los que
estamos convencidos de que la crisis económica que padecemos tiene raíces
morales. En su génesis hemos de situar el liberalismo
desenfrenado, germen de injusticias, de dolor y sufrimiento sin
cuento para tantas familias. Otros factores son el relativismo ético, que ha barrido la ley natural, y
el individualismo, que oscurece la
dimensión relacional del hombre y lo conduce a encerrarse en su pequeño mundo,
para satisfacer ante todo sus propias necesidades, apetencias y deseos,
olvidando a los demás. Consecuencias de esta mentalidad son el lucro fácil, el enriquecimiento a cualquier precio, la especulación
inmobiliaria, la dificultad de los jóvenes para incorporarse al mundo del
trabajo, la soledad de los ancianos, el anonimato que caracteriza con
frecuencia la vida en las ciudades, y la indiferencia de muchos ante las
situaciones de marginación y pobreza.
Por ello, urge trabajar por la implantación de una sociedad más humana. El primer paso es redescubrir la ley natural,
concreción de la ley eterna para la criatura racional. Hemos de redescubrir
además la relacionalidad como elemento
constitutivo de la propia existencia. El hombre es el único ser de la creación
capaz de dar una acogida incondicionada y un amor infinito a sus semejantes, un
ser llamado a vivir en relación, un ser para los demás, que debe considerar al
otro como alguien de su propia familia, como alguien que le pertenece.
Urge, pues, que todos favorezcamos el rearme moral de la sociedad y que la
Iglesia, las instituciones del Estado, de la sociedad civil y la escuela luchen
por fortalecer la conciencia de que todos formamos parte de una única realidad,
fomentando los valores de la fraternidad, la
acogida, la solidaridad, la preocupación por los otros, especialmente por los
pobres, poniéndonos de su parte y en su lugar, apeándonos, como
el Buen Samaritano, de nuestra cabalgadura para arrodillarnos ante el
empobrecido y el que sufre, para curarle y vendarle tantas heridas. Hay que
favorecer también el principio de legalidad
y la ejemplaridad de las instituciones y representantes públicos.
Mucho puede hacer en este campo la
familia y la escuela, educando a los niños en la fraternidad,
en la experiencia de la generosidad y el descubrimiento del prójimo. Mucho
puede hacer la Iglesia anunciando el Evangelio
de la paz, la justicia y la fraternidad, recordando que todos los hombres somos
hermanos, hijos del mismo Padre, salvados por la misma sangre redentora de
Cristo. Mucho pueden hacer y están haciendo las instituciones de la Iglesia,
socorriendo a los pobres en sus necesidades primarias, desde las Caritas
diocesanas y parroquiales, desde las obras sociales de los religiosos, desde
otras instituciones de matriz cristiana, y desde la acción social de nuestras
Hermandades. Mucho está haciendo la Iglesia acogiendo fraternalmente a quienes emigran de sus países a causa de la pobreza o la
violencia, y reclamando a las administraciones públicas que desarrollen
sistemas de plena integración en el tejido social, de modo que los autóctonos y
los que llegan de fuera sientan el lugar donde residen como la casa común.
Para nadie es un secreto que en nuestros barrios sevillanos y en nuestros
pueblos hay mucho sufrimiento y dolor como consecuencia del paro. Es tristísima la situación de más de la mitad
de nuestra juventud, sin horizontes y sin futuro. En esta coyuntura henchida de
desesperanza, es preciso reforzar la solidaridad.
Es una exigencia de caridad y justicia que en los momentos difíciles quienes
tienen más se ocupen de los que viven en condiciones de pobreza. Las
instituciones deben asegurar el apoyo especial a los parados, a las familias,
especialmente a las numerosas, a los jóvenes, los más castigados por la falta
de trabajo. A los ciudadanos les corresponde cumplir
honradamente las leyes por un elemental sentido de la justicia distributiva.
Por ello es injustificable el fraude fiscal, la evasión de
capitales, la corrupción y el enriquecimiento ilícito.
Por último, en esta hora es más urgente que nunca la ejemplaridad de los responsables de las administraciones públicas,
que han de ser especialmente transparentes y escrupulosos en la gestión de los
recursos y en la administración de lo que es de todos. Lo contrario produce
desánimo y hastío en la sociedad y disminuye las defensas éticas de nuestro
pueblo, ya de por sí debilitado en el campo de los valores morales.
Concluyo citando una frase del Papa Benedicto XVI dirigida a las autoridades del
Ayuntamiento de Roma en enero de 2011 refiriéndose a la crisis económica que
aflige a los países del sur de Europa: “Los desafíos actuales –dijo el Papa en
esta ocasión- son múltiples y complejos. Sólo será posible vencerlos en la
medida en que se refuerce la conciencia de que el destino de cada uno está
ligado al de todos. Por eso, la acogida, la solidaridad y
la legalidad son valores fundamentales”. Hago mías con calor
las palabras del Papa.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
Muy interesante y muy bueno, como siempre. Además, es al autor es un buen amigo desde la adolescencia
ResponderEliminarGracias Pablo.
EliminarA mí me gustó mucho el artículo, está muy bien enfocado, dice grandes verdades y efectivamente como ciata al principio, o hay un rearme moral, que es lo que hoy desgraciadamente se ha perdido, o de lo contrario no sé dónde podremos llegar.
Me alegra que sea un buen amigo tuyo. Te reitero mi agradecimiento por el comentario.
Un fuerte abrazo.
Manolo.
Desgraciadamente la crisis no es sólo económica sino de valores.La decadencia de los países va siempre ligada a la carencia de unos valores éticos que se obvian y que acaban siendo marginales.Así nos va.Casi nadie se responsabiliza de sus actos y esto es un gran escollo para asumir posteriormente un cambio de actitudes y rectificar.
ResponderEliminarGracias amiga Encarna:
EliminarLlevas razón en tu comentario la “Crisis Económica” que tanto se habla hoy, mejor dicho que no se deja de hablar y la corrupción que alimenta esa crisis, como bien dice en su artículo, El Arzobispo de Sevilla: “tiene raíces morales” y lleva toda la razón, se han olvidado los valore y lo que es peor se han anulado las virtudes.
Si no recuperamos tanto valores como virtudes nos hundiremos en el más profundo pozo, cosa que parece que a toda la clase política sin excepción, parece darle igual, se le ha dado la espalda a Dios y de espadas a Dios es imposible la vida.
Recibe un fuerte abrazo.
Manolo Murillo.