Nos
asegura que nuestra vida es preciosa y que ni un pelo de nuestra cabeza se nos
caerá sin su permiso. ¿De qué tener miedo, entonces?
Cristo
aparece en el Evangelio como el gran exorcista del miedo. Se hace hombre para
librarnos de él. Nos enseña con el ejemplo de su vida, luminosa y sin
angustias. Nos asegura que nuestra vida es preciosa a los ojos del Padre y que
ni un pelo de nuestra cabeza se nos caerá sin su permiso. ¿De qué tener miedo,
entonces? ¿Del mundo? El lo ha vencido (Jn 16, 23). ¿A quiénes temer? ¿A los
que matan, hieren, injurian o roban? Tranquilos: no tienen poder para más; al
alma ningún daño le hacen (Mt 10, 28). ¿Al demonio? Cristo nos ha hecho fuertes
para resistirle (1 Pe 5, 8) ¿Quizás al lujurioso o al déspota latente en cada
uno de nosotros? Contamos con la fuerza de la gracia de Cristo, directamente
proporcional a nuestra miseria (2 Cor 12, 10).
En el pasaje en el que camina sobre agua, Cristo avanza un paso más: tampoco
debemos tenerle miedo a Dios.
Jesús se acercó caminando sobre las aguas a la barca de los discípulos. ¿Para
darles un susto o con la intención de asombrarles? No. Se proponía solamente
manifestarles su poder, la fuerza sobrenatural del Maestro al que estaban
siguiendo.
Pero su milagro, en vez de suscitar una confianza ciega en el poderoso amigo,
provoca los gritos de los aterrados apóstoles. Es un fantasma -decían temblando
y corriendo seguramente al extremo de la barca-.
San Pedro es el único que domina su papel. Escucha la voz de Cristo: Soy yo, no
temáis, comprende y aprovecha para proponerle un reto inaudito: caminar él
también sobre las aguas. Y de lejos, traída por el fuerte viento, le llega
claramente la inesperada respuesta: Ven.
Muy similar a aquella que todos los cristianos escuchamos en algunos momentos
de nuestra vida. Después de haber conocido un poco a Cristo -aun entre brumas-,
comenzamos a seguirle y, de repente, recibimos boquiabiertos la invitación de
Cristo: Ven.
Ven: sé consecuente, sé fiel a esa fe que profesas.
Ven: el mundo está esperando tu testimonio de profesional cristiano.
Ven: tu hermano necesita tu ayuda, tu tiempo... tu dinero.
Ven: tus conocidos desean, aunque no te lo pidan, que les des razón de tu fe,
de tu alegría.
Y la petición de Cristo sobrepasa, como en el caso de Pedro, nuestra capacidad.
No vemos claramente la figura de Cristo. O dirigimos la mirada hacia otro
sitio. El viento sopla. Las dificultades se agigantan... y estamos a punto de
hundirnos o de regresar a la barca. Sentimos miedo de Cristo.
¡Miedo de Cristo! Sin atrevernos a confesarlo abiertamente, ¿cuántas veces no
lo hemos sentido?
¡Miedo de Cristo! Esa sensación de quererse entregar pero sin abandonarse por
temor al futuro...
¡Miedo de Cristo! Ese temor a afrontar con generosidad mi pequeña cruz de cada
día.
¡Miedo de Cristo! Esa fuente de desazón y de intranquilidad porque, claro, el
tiempo pasa, y ni realizo los planes de Dios ni llevo a cabo los míos.
¿Cómo se explica ese miedo de Dios? ¿Dónde puede estar nuestra vida y nuestro
futuro más seguros que en sus manos? ¿Es que la Bondad anda maquinándonos el
mal cuando nos pide algo? ¿Es que Él no es un Padre? ¿Por qué, entonces, le
tememos? ¿De dónde proviene ese miedo?
Sólo hay una respuesta: de nosotros mismos. El miedo no es a Dios. Es a
perdernos, a morir en el surco. Amamos mucho la piel como para desgarrarla toda
en el seguimiento completo de Cristo.
Y Cristo no es fácil. Duro para los amigos de la vida cómoda y para quienes no
entienden las duras paradojas del Evangelio: morir para vivir, perder la vida
para ganarla, salir de sí mismo para encontrarse.
No todos lo entienden. Se requiere sencillez, apertura de espíritu y, como
Pedro, pedir ayuda a Cristo.
Quiero confiar en Ti, Señor, para estar seguro de que en Ti encontraré la
plenitud y felicidad que tanto anhelo. Deseo esperar en Ti, estar cierto de que
en Ti hallaré la fuerza para llegar hasta el final del camino, a pesar de todas
las dificultades. Aumenta mi confianza para que esté convencido de que Tú nunca
me dejarás si yo no me aparto de Ti.
Autor: P. José Luis Richard.
No hay comentarios:
Publicar un comentario