A la
izquierda, Rosario Porto Ortega, imputada por el asesinato de su hija, Asunta
(derecha), de 12 años Atlas
Nacho Abad.
Eran
las 12:20 cuando un guardia civil alto y de ojos claros se acercó en el
tanatorio a Rosario Porto, la madre de la niña, y le pidió en voz baja y
educadamente que le acompañara un momento. Ella obedeció sin rechistar. Minutos
después le leían sus derechos imputada por el asesinato de su hija y la
trasladaban detenida a la Comandancia de La Coruña. Antes del viernes deberá
pasar a disposición judicial. Nadie se dio cuenta de lo sucedido. Alfonso
Basterra, el padre de la pequeña, lloraba desconsolado. Sentado en una silla
escondía el rostro entre las manos, solo, sin que nadie le abrazara. Pronto las
amigas empezaron a echar de menos a Rosario. «¿La has visto? ¿Dónde se ha
metido?», se preguntaban unas a otras mientras la buscaban, inquietas, en los
pasillos del tanatorio. Un buen rato después, una mujer recordó haberla visto
irse acompañada de un hombre alto. No tardaron en atar cabos. Era el cabo de
policía judicial de la Guardia Civil.
Los
amigos de la pareja no eran ajenos al persistente foco que desde el primer
momento iluminaba a la madre de Asunta. Las sospechas se cernieron sobre ella
el mismo día que acompañada de su ex marido presentó la denuncia por la
desaparición. Su testimonio resultaba cuando menos extraño a los ojos de los
investigadores. «Sobre las 19:00 dejé a mi hija en casa y me fui a hacer unas
gestiones. Ella estaba haciendo las tareas escolares. Cerré la puerta, pero no
eché la llave por fuera», comenzó a narrar la madre. Según la portavoz de la
familia, Teresa Navaza, Rosario fue a casa de los abuelos a recoger unos
bañadores de la niña y a hacer unas compras a un supermercado del centro de
Santiago. Habían quedado en que al día siguiente, y a pesar de estar separados,
los tres, padre, madre e hija, iban a pasar el día en la playa.
«Sobre
las 21:30 regresé a casa. La puerta estaba cerrada con llave y la alarma
conectada. No había ningún tipo de desorden. Pensé que se habría ido a casa de
su padre, que vive a 25 metros de allí. Muchas veces lo hace porque se lleva
muy bien con Alfonso», puntualizó la madre. «Llamé a mi ex marido, pero él me
dijo que no estaba con él. Empezamos a telefonear a amigos y conocidos, pero
nadie sabía nada». La ausencia de noticias hizo que la madre se mostrara
convencida de que algo debía de haberle pasado a Asunta, apoyada en el hecho de
que su hija no daba problemas y nunca se había fugado de casa.
La
sorpresa del agente que le tomaba la denuncia llegó cuando Rosario hizo el
siguiente relato: «Lo único extraño que ha sucedido en mi casa es que, a
mediados del mes de julio, al llegar a casa me dejé por descuido las llaves
puestas por fuera. Sobre las 02:30 de la madrugada escuché a mi hija gritar. Me
levanté y vi a un hombre, de aproximadamente 1,60 de estatura, complexión
fuerte, vestido con ropa oscura. Llevaba guantes de látex en las manos. Huyó
por el pasillo. Lo intenté agarrar, pero se escapó. Si no presenté denuncia fue
porque no quise causarle ningún tipo de trauma a mi hija», explicó en la
Comisaría de Santiago de Compostela. Horas después, aparecía el cadáver de
Asunta.
En
muy poca tiempo, los agentes de la Guardia Civil han tenido que hacer cientos
de gestiones. Desde la toma de declaraciones a todo el entorno de la víctima a
solicitar las grabaciones de las cámaras de seguridad de la zona en la que viven
los padres y de los trayectos que dicen haber realizado aquel día. Algunos
datos todavía no los han recibido, como los posicionamientos de los teléfonos
móviles, pero el lunes por la tarde-noche, el juez encargado del caso se reunió
durante tres horas con los investigadores para escuchar cómo iban las
pesquisas. En ese encuentro se decidió la detención. Todo apunta a que los
agentes cuentan con imágenes de al menos una cámara de seguridad en la que se
ve a Asunta en el coche de su madre en un horario que contradicen el testimonio
que la madre prestó en comisaria. Y no es de extrañar, porque según afirman los
investigadores, «Santiago es como un plató de cine. Hay cámaras por todos
lados». De hecho, en la tarde de ayer, agentes de paisano todavía recorrían
comercios pidiendo imágenes a los encargados.
Además,
el registro realizado en una finca, heredada por Rosario de sus padres, ha sido
determinante. Allí podrían haberse encontrado indicios que sustentaran la
detención. ¿Pudo ser éste el lugar del crimen? Sin embargo, a las pesquisas
policiales todavía les queda un largo recorrido. ¿Dónde murió Asunta? Si la
madre está detrás de la muerte de su propia hija, ¿tuvo ayuda o lo hizo sola?
¿A qué hora trasladó el cuerpo al lugar donde lo encontraron? Y la incógnita
más importante para la opinión pública, ¿por qué? Desde un punto de vista
penal, no tiene casi importancia. Lo relevante es si hay pruebas que demuestren
la culpabilidad del acusado. Nada más. Pero la sociedad necesita comprender qué
pudo llevar al asesino a cometer semejante atrocidad. Y ya muchos comentan las
a priori similitudes con un caso reciente de nuestra historia criminal, menor
muerta, finca, cámaras de seguridad...
Enlace articulo
original: http://www.larazon.es/detalle_normal/noticias/3716148/sociedad/otro-caso-breton#.UkJ6h6ebuM8
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