Sopla el viento del Espíritu. Las velas sienten el empuje. El
timón se mantiene firme, desde la fe de una Iglesia milenaria y siempre joven.
La historia de la Iglesia es apasionante. Desde su nacimiento, tras la Muerte y
Resurrección de Cristo. Desde sus primeros años, con esperanzas y con persecuciones.
Desde su larga historia, escrita con páginas de santidad y de amor, con
debilidades, pecados y misericordia.
En la nave sopla el viento del Espíritu. La estrella polar, María, indica el
camino hacia Cristo. Dios Padre convoca, desde Oriente hasta Occidente, a
quienes más ama, a los hijos de los hombres.
En esa nave están Pedro y sus sucesores, los Papas. Cada uno, con su carácter
diferente y con su amor a Cristo y a su redil, ha predicado para conservar viva
la fe, ha trabajado para sostener la esperanza, ha sufrido y luchado para
encender el amor.
La barca sigue su travesía. Las tormentas no dejan de arremeter contra la nave.
Algunos sucumben. Otros se levantan tras la caída y vuelven a formar parte del
pequeño rebaño.
"No temas", dijo Jesús a Pedro. "No temas", susurra el
Maestro a cada generación de bautizados. "No temas", repetían Juan
Pablo II y Benedicto XVI. "No temas", escucho dentro de mi alma.
No seguimos en la nave apoyados en seguridades humanas: lo que es frágil no
garantiza certezas ni robustece las rodillas vacilantes. La fuerza de la
Iglesia católica viene de lo alto y nos permite navegar seguros, hacia la
Jerusalén celestial.
Desde la fe, la esperanza y la caridad seguimos nuestro viaje. Permanecemos
unidos, confirmados en la sana doctrina, gracias al Papa.
No importa su nombre ni su origen. Se llamará Juan o Pablo o Juan Pablo, se
llamará Pío o Benedicto, vendrá de Italia, de Polonia, de Alemania o de algún
otro lugar de la amplia geografía católica. Nos basta con saber que Jesús lo
eligió y le dice, como al primer Papa: "Apacienta mis ovejas...
Sígueme" (cf. Jn 21,15-19).
Sopla el viento del Espíritu. Las velas sienten el empuje. El timón se mantiene
firme, desde la fe de una Iglesia milenaria y siempre joven.
En el horizonte, un banquete: el Cordero ha dado su Sangre para que entremos
con Él, vencedores, en la gran fiesta de los cielos.
Autor:
P.Fernando Pascual LC
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