El
director de EL MUNDO durante la conferencia. | Foto: Sergio Enríquez
C. R. G.
| Vídeo: Ricardo Domínguez | Madrid
Ni el
escándalo Urdangarin, ni el folletinesco espionaje entre partidos, ni las
fortunas de los Pujol en Suiza, ni los papeles de Bárcenas, ni los sobres del
PP... Ninguna de las tormentas que estos días sacuden la vida política e
institucional de España es peor ni más fuerte que las que asolaron la última
legislatura del felipismo. «Entonces, los sobres eran de cal viva y no metían
dentro billetes sino personas. Y hay una diferencia». Con estas duras palabras,
verdadero antídoto para demócratas nostálgicos, dejó sentada ayer Pedro J.
Ramírez la más inmediata«memoria histórica».
Ante un
público plagado de políticos, empresarios, jueces y miembros de la sociedad
civil, que abarrotaban el Club Siglo XXI, organizador del ciclo «Un balance de
35 años de democracia. ¿Continuidad o reforma?», el director de El MUNDO puso
el contrapunto entre aquella época y nuestros días: «Ahora hay detectives que
ponen micrófonos entre las flores. Entonces, los agentes del Cesid
experimentaban fármacos con mendigos, asaltaban domicilios de jueces y
escuchaban y archivaban hasta las conversaciones del Rey».
'No
es verdad que cualquier tiempo pasado sea mejor. A pesar de todos los problemas
actuales, ése fue mucho peor. Pero entonces había alternativa y ahora, no'
Se lo
dijo al presidente del Congreso, Jesús Posada; al presidente de la Audiencia
Nacional, Ángel de Juanes; a empresarios como el presidente de FCC, Baldomero
Falcones... y a políticos de todas las épocas y de todos los colores: «No es
verdad que cualquier tiempo pasado fuera mejor. A pesar de todos los problemas
actuales, aquel tiempo fue mucho peor que ninguno».
Claro
que el periodista hizo dos salvedades importantes: la primera, que entonces,
«la Corona estaba más fuerte»; la segunda, que «entonces había alternativa y es
tremendo que ahora, no». Además, Ramírez no renunció a extraer otras dos
lecciones para el también tortuoso momento político presente. La primera, que
en aquel tardofelipismo «vivimos el triunfo de la información sobre el
encubrimiento». La segunda, que también entonces «los problemas de la
democracia se resolvieron con la democracia», en alusión a las elecciones que
condujeron al primer triunfo de José María Aznar.
Y así,
guiado por la agenda política y electoral de aquellos días y por las propias
exclusivas de EL MUNDO que de manera tan directa influyeron en ella, Pedro J.
Ramírez se zambulló en una crónica apasionada, contada en primera persona, con
la que tuvo atrapada a los socios del Club durante dos cumplidas horas.
Por
difícil que resulte de creer, el periodista no cayó en la tentación de ironizar
con las noticias del día siguiente. Sólo en su agradecimiento a su anfitrión y
«amigo», el presidente del Club Eduardo Zaplana, Ramírez elogió su renuncia
como político y opinó: «Me gustaría que la política fuera una actividad de
la que se entrara y se saliera con cierta normalidad, no con la obsesión de
quien ocupa una plaza de por vida, instalado en el aparato y en la estructura».
Y es
que el minucioso relato de la legislatura 93-96 en la que España vivió un
frenesí de escándalos no permitía disgresiones. Desde la dimisión del ministro
del Interior, José Luis Corcuera, nada más arrancar la legislatura, hasta el
partido de pádel que jugó con José María Aznar el día de las elecciones en que
se consumó su amarga victoria; desde la fuga del director de la Guardia Civil,
Luis Roldán, hasta su rocambolesca y pretendida entrega en Laos; desde el
asesinato de Gregorio Ordóñez, al descubrimiento de los papeles del Cesid;
desde las revelaciones de Amedo y Domínguez sobre los Gal hasta las detenciones
de todo el aparato del Ministerio del Interior...
El
director de El MUNDO no contó ayer aquellas noticias. Contó cómo fue testigo
directo de muchas de ellas. Adentró a su auditorio en su propia casa para
rememorar «la cena de la pinza» con la que reunió a Aznar y al entonces líder
comunista Julio Anguita, y de la que surgió toda una«química». Le narró
cómo «muy poco después de esa cena, el biministro Juan Alberto Belloch nos
pidió ayuda para capturar a Luis Roldán». «Y me acuerdo como si fuera hoy», se
detenía ayer, «que argumentaba que había que encontrarlo antes de que el
vicepresidente Serra lograra asesinarlo».
'Ahora
hay detectives que ponen micrófonos entre las flores. Entonces los agentes del
Cesid experimentaban fármacos con mendigos, asaltaban domicilios de jueces y
escuchaban y archivaban hasta las conversaciones del Rey'
Pedro
J. arrancó risas cuando, evocando la película Primera Plana, contó cómo EL
MUNDO encontró a Roldán, «no en su escritorio, pero sí en un hotel de París,
cuando todas las Policías le buscaban»; y cuando contó cómo Paesa, el hombre de
contacto con el prófugo «me dijo que tenía vocación política» y que «no quería
ser ministro, pero que se conformaría con ser secretario de Estado de
Seguridad». O cuando «el señor Rubalcaba, no el padre del actual, no, el
mismo», replicaba desde la portavocía del Gobierno a los titulares de EL MUNDO
con notas que se leían en TVE y RNE.
Pero
también estremeció a los presentes cuando revivió aquel «jueves 16 de marzo de
1995» en que, «un hombre cabal, un servidor público, me enseña unas fotos de
unos esqueletos medio cubiertos por sábanas; uñas arrancadas, restos de
apósitos y vendajes... que habían sido salvajemente torturados, antes de ser
conducidos y obligados a cavar su propia fosa y de ser sepultados bajo 50 kilos
de cal viva». «Eran los restos de Lasa y Zabala»», recordó, trasladando a
continuación su propio sufrimiento por esperar unos días a que pasara la boda
de la infanta Elena para publicar las pruebas de uno de los crímenes más
horrendos de la historia de la democracia.
Y ésa
misma fue la atmósfera que contaminó el Club cuando el periodista narró su
visita a Aznar en el hospital, la noche en que sufrió el atentado de
ETA. «Estaba viendo un partido del Milan. Me dijo: he visto de cerca la muerte,
pero yo le he sonreído también a ella, y le he dicho 'esta vez no me coges'».
Fuente EL Mundo.
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