Castro ya lo tenía claro cuando declaró
Urdangarín el 23-F
Horrach y Castro (dcha.), a las puertas de la Jefatura
Superior de Policía de Baleares Efe
Ricardo Coarasa. Madrid.
Unas cuantas semanas antes de que, el pasado
miércoles, el juez José Castro acordase la citación como imputada de la Infanta
Cristina, el magistrado ya había tomado la decisión de dar ese paso al que se
había resistido, en términos muy contundentes, un año atrás, cuando el
sindicato Manos Limpias le reprochó que no citaba a declarar a la hija del Rey
para ahorrarle el «estigma» social del paseíllo judicial. Según las fuentes
consultadas por este periódico, el pasado 23 de febrero –cuando Iñaki
Urdangarín declaró por segunda vez como imputado ante el instructor del «caso
Nóos»–, Castro ya había deshojado la margarita. Antes, por tanto, de la
penúltima remesa de correos electrónicos enviada por Diego Torres en los que
Urdangarín pedía consejo a su esposa sobre su actuación en el Instituto Nóos.
«Esos correos no aportan nada», afirman esas mismas fuentes.
No hubo, por tanto, un desencadenante, añaden, sino
más bien una acumulación de indicios que desbordaron la renuencia de Castro a
imputar a la Infanta. Al 14º fue la vencida. Ése es el número de indicios
(incluida esa tanda de correos) que el magistrado enumeró en su resolución como
argumento para esa decisión histórica. Él mismo reconocía en su auto que
ninguno de ellos tenía el peso suficiente para sustentar la imputación pero
que, relacionados en su conjunto, bastaban para apuntalar la imputación. Cuando
el juez acorraló a Torres y su esposa, Ana María Tejeiro, a quienes el pasado
16 de febrero les pidió abiertamente que le dieran motivos para imputar a la
Infanta Cristina, si es que los había, Castro ya sólo buscaba completar la
lista de indicios (la respuesta de la esposa de Torres, que se quejó de que
Doña Cristina no había sido citada «por ser quien es», engrosa, de hecho, la
relación de esos 14 indicios cuestionados por el fiscal).
¿Hasta que la Infanta nos separe?
El pasado viernes por la mañana, fiel a su costumbre,
el fiscal Pedro Horrach se plantó en el despacho del juez José Castro, de su
amigo Pepe Castro, con veinte folios bajo el brazo. Venía a entregarle el
recurso de apelación contra su decisión de imputar a la Infanta. Igual que
siempre, como hizo con su petición de fianza de responsabilidad civil de 8,2
millones para Iñaki Urdangarín y Diego Torres, quería entregarle el documento
en mano. Ese día más que nunca.
Desde que se puso en marcha la investigación del «caso
Nóos» hace casi tres años, juez y fiscal han avanzado al unísono, sincronizando
casi los movimientos, como una cordada al borde del precipicio. Sabían que
cualquier resbalón les arrastraría a los dos. Y eso une mucho, vaya que si une.
Hasta que la imputación de la Infanta se ha cruzado en su camino. Esa
desavenencia pronto aventó los rumores sobre su distanciamiento. Se hablaba,
incluso, de una sonada bronca entre ambos la noche del pasado martes, horas
antes de que Castro hiciese pública la imputación de Doña Cristina. Nada más lejos.
Por eso, Horrach quiso el viernes actuar con normalidad y presentarse en el
despacho del magistrado.
Quienes presenciaron ese momento confirman que el
trato fue «tan cordial como siempre», pese a que esta vez la «bomba atómica» no
la remitía Diego Torres, sino el propio fiscal. ¿Una pose para acallar
maledicencias o la naturalidad por bandera? Las fuentes consultadas niegan que
se tratara de una pamema e insisten en que lo ocurrido «no afectará a su
relación». Ellos mismos se encargaron de ahuyentar suspicacias al despedirse,
cuando el recurso de Horrach ya descansaba sobre la mesa del modesto despacho
del juez.
Ambos expresaron en esa conversación privada la
perplejidad que les había provocado que intentaran enfrentarles a cuenta «de
una discrepancia que se ciñe al terreno jurídico».
Enlace articulo original: http://www.larazon.es/detalle_normal/noticias/1770683/espana/la-decision-de-imputar-a-dona-cristina-se-tomo
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