Estamos tan
preocupados viviendo nuestra monótona, pero ajetreada y estresada vida, que no
nos damos cuenta de las cosas que son realmente importantes.
Conversando con un
padre de familia, me hizo el siguiente comentario: Padre, parece que hoy
vivimos en un estado de guerra, en estado de sitio continuo; presiones,
preocupaciones, ¿la vida tiene que ser así, será lo que Dios había pensado para
el hombre? Yo pensé para mis adentros, ¡qué sensato cuestionamiento!
Nosotros los
humanos, estamos tan preocupados viviendo nuestra monótona, pero ajetreada y
estresada vida, que no nos damos cuenta de las cosas que son realmente
importantes. Pasamos los días como máquinas de computadora, pasamos toda o
parte de nuestra vida conviviendo con las mismas personas y ni siquiera sabemos
quiénes son en realidad, no sabemos qué sienten, cómo piensan; simplemente nos
limitamos a juzgarlos por lo que dice la gente y por la imagen que proyectan.
Vamos tan a prisa que no nos damos cuenta siquiera lo que se está derrumbando a
nuestro alrededor, quién necesita nuestra ayuda, nuestra mano amiga, nuestro hombro
para apoyarse.
Por la mañana nos
levantamos corriendo, queremos hacer todo tan deprisa. El amor se esfuma como
el humo, la sonrisa la ocultamos entre los dientes, las caricias las dejamos
para nuestras mascotas, ¿a dónde se fue lo que da sentido a la vida? Vamos tan
frenéticamente, que nos despertamos y olvidamos darle gracias a Dios por el
nuevo sol; no nos damos tiempo para disfrutar lo mejor de la vida, preferimos
perder el tiempo y nuestras vidas en cosas vanas, como tener dinero, poder,
buena posición social; y cuando al fin lo tenemos, ¡vaya sorpresa! nos damos
cuenta de que ahí no estaba la felicidad, ¡qué desengaño nos damos!
Aprendamos a
dedicar tiempo a lo esencial. Creo que no existe mejor sensación en el mundo
que recibir el abrazo de un ser querido, acompañarle en el dolor y experimentar
en la brisa o en el amanecer, la presencia amorosa y eterna de Dios.
Bien lo decía el Papa Benedicto XVI en su última
encíclica sobre la esperanza: "No es la ciencia la que redime al hombre.
El hombre es redimido por el amor". "No es el progreso quien da la
solución a los
interrogantes del hombre, es Dios". "Es verdad que quien no conoce a
Dios, aunque tenga múltiples esperanzas y proyectos, en el fondo está sin
esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (Sir 33,14). La
verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las
desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue
amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento"» (cf. Jn 13,1;
19,30). (Spe Salvi Nº 27). ¡Qué fácil es caer en el vacío, qué fácil es no
encontrarle sentido a la vida!
Se cuenta que un
niño se perdió de su caravana en pleno desierto y fue encontrado por unos
mercaderes. Le preguntaron: ¿quién eres?, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde te
diriges? A cada pregunta respondía invariablemente el pobre niño: "Yo no
sé". Él se había vuelto loco en aquella soledad.
De tales locos,
por desgracia, está lleno el mundo. Uno de ellos tuvo un momento de lucidez y
dictó el siguiente epitafio para su tumba: "Aquí yace un loco que se fue
de este mundo sin saber si quiera por qué había venido".
Dediquemos el
tiempo necesario para QUERER, AMAR, SONREIR, SER FELIZ. ¿Nos cuesta tanto
trabajo dedicar unos minutos al día para mirar al cielo y decirle a Dios
¡GRACIAS! y mirar a nuestro ser querido a los ojos y decirle te quiero? Algo
tan sencillo como eso es capaz de convertir un día gris en uno de los mejores.
Tenemos que querer, pero no aferrarnos; disfrutar el momento, sonreír, abrazar,
mirar hacia el futuro con confianza y esperanza, porque la vida es sólo eso,
momentos, oportunidades que pasan y que no se vuelven a repetir, la certeza de
un mundo futuro mejor. La vida es corta, el tiempo se acaba, y no estás
sintiendo realmente lo que es estar vivo.
Autor: P. Dennis Doren L.C.
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