jueves, 14 de marzo de 2013

De azote de corruptos a ir camino del suplicatorio


ABC.es / Madrid
José Blanco fustigó al PP y culpó a Rajoy de proteger imputados con discursos de los que hoy es prisionero. Sobre él se ciernen cargos por prevaricación y Rubalcaba tampoco le ha pedido que se vaya.


José Blanco fue el azote de los imputados, el cruzado que combatía a todo corrupto vivo con la espada de la legalidad y el supermán de la limpieza. Dueño de una agresividad dialéctica singular, hoy se sabe que mientras arremetía por los micrófonos contra el PP en la oposición, se ocupaba, presuntamente, en allanar el camino administrativo para que su amigo de la infancia Antonio Orozco pudiera instalar una nave en unos privilegiados terrenos cercanos al aeropuerto del Prat. Una empresa del mismo Orozco se encargaría además de las reformas de aseguramiento del chalé de Blanco en su etapa como miembro del gabinete de José Luís Rodríguez Zapatero, que costaron más de cien mil euros con cargo al Ministerio de Interior.
Blanco se sintió cómodo en el papel de gran inquisidor con las pesquisas de la «Gürtel» como excusa de fondo. Francisco Camps, presidente de la Comunidad Valenciana, fue su presa favorita, pero también el de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, al que exigió «dar la cara y no comportarse como un caimán». Ese mismo día, septiembre de 2009, pronunciaba un clásico: «un vendaval de mangoneos sacude el PP». Blanco fue el justiciero, nadie escapó a su prosa mordaz, según la cual los «populares» se envolvían con las alas de la gaviota para ocultarse o iban a «hundirse como el Prestige por no saber exigir responsabilidades», frase que ahora puede aplicarse al PSOE y a él mismo, que ha dicho que no deja el escaño tras conocer que el Supremo va a tramitar un suplicatorio contra él por indicios de tráfico de influencias y prevaricación. Tampoco nadie del partido se lo ha pedido, al menos en voz alta. Respecto al escapismo, ayer no apareció por el Congreso, a pesar de que había pleno.
Blanco apuntaba alto. En julio de 2011, siendo todavía ministro de Fomento y portavoz del Gobierno, José Blanco se empeñaba sin descanso en culpar al jefe del PP, entonces y ahora Mariano Rajoy, de las corruptelas que envolvían el «caso de los trajes» por los que Camps, sería después declarado inocente. Blanco reclamaba responsabilizar por aquello a «Mariano Rajoy, que –decía- no debe mirar a otro lado, que al que se sienta en el banquillo de los acusados». Con la misma regla, cabría ahora cargar a Alfredo Pérez Rubalcaba con las sospechas que tienen de camino al suplicatorio a su diputado por Lugo.
Si Blanco termina siendo imputado formalmente con cargos, también hay una reflexión de su cosecha que comprometería a Rubalcaba por su verdadero conocimiento de los entresijos investigados en el «caso Campeón» y por haber consentido que el ex titular de Fomento fuera en las listas al Congreso. El ex ministro Blanco se la dedicó a Rajoy: «Si sabía que (Camps) era culpable y le invitó a que se declarase como tal, por qué permitió que fuese candidato en las elecciones. Rajoy debía tener argumentos para saber que era culpable».
José Blanco dice que va a publicar un libro de reflexiones sobre la presunción de inocencia. Antes de que eso ocurra corre el riesgo de convertirse en víctima de sus palabras, de sus lecciones sobre la transparencia, y sus inspiradas metáforas sobre la mentira, la ocultación y encausados que se resisten a dejar el poder. «El PSOE tiene cantera, el PP tiene un banquillo... pero de acusados», se jactaba en septiembre de 2010 haciendo gala de su capacidad de ocurrencia.

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