miércoles, 20 de marzo de 2013

Nadie conjuga el verbo dimitir


DANIEL SERRANO
En Alemania, dos ministros dejaron sus cargos por plagiar tesis doctorales; en España, Pepiño Blanco se aferra al cargo acusado de tráfico de influencias. 


La doble vara de medir de Pepiño Blanco, otrora todopoderoso preboste del PSOE, ha quedado en evidencia con su decisión de no dimitir como diputado hasta que se abra juicio oral contra él. Durante años, y desde el púlpito de Ferraz, Blanco impartía lecciones de democracia al distinguir entre la responsabilidad judicial y la política. La primera debe ser sustanciada en los tribunales, y en tanto no haya sentencia, el afectado está amparado por la presunción de inocencia. Pero la responsabilidad política tiene mucho que ver con la mujer del César y es preciso que el afectado la asuma, incluso aunque no se hayan pronunciado los tribunales.

Pero Blanco se aferra al cargo, pese a que el fiscal ha pedido encausarle, subrayando que tuvo “una actuación decisiva en favor de los intereses particulares de su amigo” José Antonio Orozco. El ex ministro medió supuestamente en favor suyo para una licencia de obra cerca del aeropuerto de El Prat.

El problema es que en España no hay cultura de dimisión. Los altos cargos se aferran como lapas a sus sillones y convierten la presunción de inocencia en una suerte de talismán para no asumir sus responsabilidades políticas. Sobre todo si temen perder la condición de aforado, como es el caso de Blanco, que prefiere ser juzgado por el Supremo que por un tribunal ordinario.

Nada que ver con el resto de Europa donde, salvo excepciones como el incombustible Berlusconi, los cargos políticos tienen reflejos democráticos y están dispuestos a marcharse en cuanto se insinúa la sombra de la sospecha.

Renuncias europeas

Los casos más recientes son los de dos ministros de Angela Merkel. Por un lado, el de Defensa, Karl Theodor zu Gutenberg, acusado de plagiar una tesis doctoral. Y más recientemente, la de Educación, Annette Schavan, que dejó el gabinete... por el mismo motivo. El primero era uno de los ministros mejor valorados. Joven, 39 años, brillante, mediático, emparentado con la familia de Otto von Bismarck, lo tenía todo... pero la acusación de plagio, asunto menor que una acusación de tráfico de influencias, le obligó a coger la puerta y poner punto final a su carrera política.

No menos doloroso fue el caso de la ministra Schavan, amiga personal de la canciller. Acusada de haber copiado su tesis de la Universidad de Dusseldorf, presentó un recurso contra la retirada de su título de doctora, es decir, está convencida de su inocencia y lucha por ella, pero a pesar de todo asumió su responsabilidad política y dimitió. Lo hacía –dijo– porque no quería perjudicar a la institución.

Los casos de Gutenberg y Annette Schavan tienen menos envergadura y gravedad que el de Blanco. Se circunscriben al ámbito académico y además no tienen relevancia penal. Pero los dos ministros optaron por dimitir.

Como explicó Schavan, en caso de duda, “primero va el país, luego el partido y después yo misma”. Pepiño Blanco parece haber invertido el orden de los factores.
Enlace articulo original: http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/politica/nadie-conjuga-verbo-dimitir-20130320

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