DANIEL SERRANO
En Alemania, dos ministros dejaron sus
cargos por plagiar tesis doctorales; en España, Pepiño Blanco se aferra al
cargo acusado de tráfico de influencias.
La doble vara de medir de Pepiño Blanco, otrora
todopoderoso preboste del PSOE, ha quedado en evidencia con su decisión de no
dimitir como diputado hasta que se abra juicio oral contra él. Durante años, y
desde el púlpito de Ferraz, Blanco impartía lecciones de democracia al distinguir
entre la responsabilidad judicial y la política. La primera debe ser
sustanciada en los tribunales, y en tanto no haya sentencia, el afectado está
amparado por la presunción de inocencia. Pero la responsabilidad política
tiene mucho que ver con la mujer del César y es preciso que el afectado la
asuma, incluso aunque no se hayan pronunciado los tribunales.
Pero Blanco se aferra al cargo, pese a que el fiscal
ha pedido encausarle, subrayando que tuvo “una actuación decisiva en favor de
los intereses particulares de su amigo” José Antonio Orozco. El ex ministro
medió supuestamente en favor suyo para una licencia de obra cerca del
aeropuerto de El Prat.
El problema es que en España no hay cultura de dimisión. Los altos cargos se
aferran como lapas a sus sillones y convierten la presunción de inocencia en
una suerte de talismán para no asumir sus responsabilidades políticas.
Sobre todo si temen perder la condición de aforado, como es el caso de Blanco,
que prefiere ser juzgado por el Supremo que por un tribunal ordinario.
Nada que ver con el resto de Europa donde, salvo
excepciones como el incombustible Berlusconi, los cargos políticos tienen
reflejos democráticos y están dispuestos a marcharse en cuanto se insinúa la
sombra de la sospecha.
Renuncias europeas
Los casos más recientes son los de dos ministros de
Angela Merkel. Por un lado, el de Defensa, Karl Theodor zu Gutenberg,
acusado de plagiar una tesis doctoral. Y más recientemente, la de Educación,
Annette Schavan, que dejó el gabinete... por el mismo motivo. El primero
era uno de los ministros mejor valorados. Joven, 39 años, brillante, mediático,
emparentado con la familia de Otto von Bismarck, lo tenía todo... pero la
acusación de plagio, asunto menor que una acusación de tráfico de influencias,
le obligó a coger la puerta y poner punto final a su carrera política.
No menos doloroso fue el caso de la ministra
Schavan, amiga personal de la canciller. Acusada de haber copiado su tesis de
la Universidad de Dusseldorf, presentó un recurso contra la retirada de su
título de doctora, es decir, está convencida de su inocencia y lucha por ella,
pero a pesar de todo asumió su responsabilidad política y dimitió. Lo hacía
–dijo– porque no quería perjudicar a la institución.
Los casos de Gutenberg y Annette Schavan tienen
menos envergadura y gravedad que el de Blanco. Se circunscriben al ámbito
académico y además no tienen relevancia penal. Pero los dos ministros
optaron por dimitir.
Como explicó Schavan, en caso de duda, “primero va el
país, luego el partido y después yo misma”. Pepiño Blanco parece haber
invertido el orden de los factores.
Enlace articulo original: http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/politica/nadie-conjuga-verbo-dimitir-20130320
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