No podemos
pretender que Dios deje de ser Dios, porque lo queremos someter a las
categorías humanas, al modo de pensar y de sentir nuestro.
La idea se repite
hoy como en el pasado: muchos no creen en Dios porque (dicen) Dios no hace lo
suficiente para darse a conocer.
En otras palabras,
la falta de fe de miles de personas sería "culpa" de un Dios que no
manifiesta suficientemente su presencia, su poder, su mensaje.
Algo parecido
ocurrió en tiempos de Cristo. Escribas y fariseos piden un signo:
"Maestro, queremos ver una señal hecha por ti" (Mt 12,38).
Al pie de la Cruz,
entre burlas e insultos, los sacerdotes gritan: "A otros salvó y a sí
mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y
creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que
de verdad le quiere; ya que dijo: -Soy Hijo de Dios-" (Mt 27,42-43).
Después de dos mil
años de historia, la petición reaparece. Frente a los males del mundo, ante las
injusticias que padecen los más desamparados, en un mundo lleno de guerras,
infidelidades, abortos, injusticias, ¿por qué no se manifiesta Dios? ¿Por qué
no se hace más visible?
En su libro
"Jesús de Nazaret", el Papa Benedicto XVI recoge la voz de los siglos
que vuelve una y otra vez a exigir señales para poder dar el paso de la fe:
"si existes, Dios, tienes que mostrarte. Debes despejar las nubes que te
ocultan y darnos la claridad que nos corresponde. Si tú, Cristo, eres realmente
el Hijo y no uno de tantos iluminados que han aparecido continuamente en la
historia, debes demostrarlo con mayor claridad de lo que lo haces. Y, así,
tienes que dar a tu Iglesia, si debe ser realmente la tuya, un grado de
evidencia distinto del que en realidad posee".
No nos damos
cuenta del error que cometemos con una petición como esta: pedirle a Dios
pruebas según nuestro modo de pensar, según la mentalidad científica,
filosófica o incluso "religiosa" de nuestro tiempo, es pretender que
Dios deje de ser Dios, porque lo queremos someter a las categorías humanas, a
los modos de pensar y de sentir de las personas y de los grupos.
En el libro antes
citado, Benedicto XVI muestra esta idea: "La arrogancia que quiere
convertir a Dios en un objeto e imponerle nuestras condiciones experimentales
de laboratorio no puede encontrar a Dios. Pues, de entrada, presupone ya que
nosotros negamos a Dios en cuanto Dios, pues nos ponemos por encima de Él.
Porque dejamos de lado toda dimensión del amor, de la escucha interior, y sólo
reconocemos como real lo que se puede experimentar, lo que podemos tener en
nuestras manos. Quien piensa de este modo se convierte a sí mismo en Dios y,
con ello, no sólo degrada a Dios, sino también al mundo y a sí mismo".
No podemos obligar
a Dios a manifestarse según nuestras categorías. Somos nosotros los que estamos
invitados a abrir el corazón y a descubrir un número incontable de señales, que
van desde las maravillas del mundo creado hasta la generosidad infinita de la
Muerte de Cristo para salvarnos.
Cada uno, frente a
los signos que tenemos, conserva su libertad. En palabras atribuidas a Pascal,
“Dios nos ha dado evidencia suficientemente clara para convencer a aquellos con
un corazón abierto, pero suficientemente vaga de modo que no obligue a aquellos
cuyos corazones están cerrados”.
Dios no tiene que
hacer algo más para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo lleguemos a
conocerlo y amarlo. Somos nosotros los que tenemos que abrir el corazón y la
mente para reconocerlo presente en el mundo y en la historia. Entonces el
milagro de la fe se hará posible, hoy como en el pasado, en millones de
personas. Y el paso a la caridad se convertirá en la culminación de un camino
que nos lleva a repetir, como aquel pescador de Galilea: “Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).
Autor: P. Fernando Pascual LC.
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