martes, 19 de marzo de 2013

JOSÉ, VARÓN DE LA CASA DE DAVID



Autor: Javier Muño-Pellin

«José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21). En estas palabras se contiene el núcleo central de la verdad sobre san José, el momento del nacimiento a la vocación que Dios le tenía asignada. «Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24).

Ahora, al comienzo de esta peregrinación, la fe de María se encuentra con la fe de José. Él, por tanto, se convirtió en el depositario singular del misterio «escondido desde siglos en Dios». De este misterio divino José es, junto con María, el primer depositario. José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios, y, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la divina anunciación. Esta es su obediencia de la fe.

Y también para la Iglesia, es importante profesar la concepción virginal de Jesús, y defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en plena «libertad» el «don esponsal de sí» al acoger y expresar tal amor. 

María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser «el coordinador del nacimiento del Señor». Toda la vida, tanto «privada» como «escondida» de Jesús ha sido confiada a su custodia.

El primer censo de toda la tierra acaeció bajo César Augusto y, como todos los demás, también José se hizo registrar junto con María su esposa, que estaba encinta. A quien considere esto con profunda atención, le parecerá ver una especie de misterio en el hecho de que en la declaración de toda la tierra debiera ser censado Cristo. De este modo, registrado con todos, podía santificar a todos; inscrito en el censo con toda la tierra, a la tierra ofrecía la salvación. 

El crecimiento de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» se desarrolla en el ámbito de la Sagrada Familia, a la vista de José, que tenía la alta misión de «criarle», esto es, alimentar, vestir e instruir a Jesús en la Ley y en un oficio, como corresponde a los deberes propios del padre.

A lo largo de este camino, los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por José. Pero su silencio posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el «justo».

Desde el momento de la anunciación, María sabe que debe llevar a cabo su deseo virginal de darse a Dios de modo exclusivo y total precisamente por el hecho de llegar a ser la madre del Hijo de Dios. La maternidad por obra del Espíritu Santo es la forma de donación que el mismo Dios espera de la Virgen, «esposa prometida» de José. 

En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor.

La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como modelo para todas las familias. En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En este contexto está también «asumida» la paternidad humana de José. José es, en definitiva, un varón de la casa de David, algo que suena a nobleza, a trabajo, a cuidados y desvelos por su familia.

El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su «padre» legal. En el crecimiento humano de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser «el trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y que hace al hombre «en cierto sentido más hombre».

El trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José. Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil interior de esta figura. José estaba en contacto cotidiano con el misterio «escondido desde siglos», que «puso su morada» bajo el techo de su casa. Esto explica, por ejemplo, por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a san José en la cristiandad occidental.

La Iglesia, queriendo estar siempre bajo la especial protección del santo patriarca José, lo declaró «Patrono de la Iglesia Universal”. Que san José sea para todos un maestro singular en el servir a la misión salvífica de Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y a los padres, a quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro trabajo, a las personas llamadas a la vida contemplativa, así como a las llamadas al apostolado.

Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Jesús, María y José, ¡que esté siempre con los Tres!

Enlace articulo original: http://www.noveldadigital.es/noticia.php?n=13465

2 comentarios:

  1. Que nos siga guiando y protegiendo en nuestra andadura personal y espiritual

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  2. Gracias Anita, muy amable, primero por entrar en blog a leerlo, segundo por la delicadeza de dejar este comentario.
    Muy atentamente.
    Manuel Murillo Garcia.

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