Autor: Javier Muño-Pellin
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«José, hijo de David, no temas tomar
contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21). En estas palabras se contiene el núcleo
central de la verdad sobre san José, el momento del nacimiento a la vocación
que Dios le tenía asignada. «Despertado José del sueño, hizo como el ángel
del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1, 24).
Ahora, al comienzo de esta peregrinación, la fe de María se encuentra con la
fe de José. Él, por tanto, se convirtió en el depositario singular del
misterio «escondido desde siglos en Dios». De este misterio divino José es,
junto con María, el primer depositario. José es el primero en participar de
la fe de la Madre de Dios, y, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe
de la divina anunciación. Esta es su obediencia de la fe.
Y también para la Iglesia, es importante profesar la concepción virginal de
Jesús, y defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente
depende de este matrimonio la paternidad de José. En el momento culminante de
la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad
mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el
que realiza en plena «libertad» el «don esponsal de sí» al acoger y expresar
tal amor.
María es la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la
misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser «el
coordinador del nacimiento del Señor». Toda la vida, tanto «privada» como
«escondida» de Jesús ha sido confiada a su custodia.
El primer censo de toda la tierra acaeció bajo César Augusto y, como todos
los demás, también José se hizo registrar junto con María su esposa, que
estaba encinta. A quien considere esto con profunda atención, le parecerá ver
una especie de misterio en el hecho de que en la declaración de toda la
tierra debiera ser censado Cristo. De este modo, registrado con todos, podía
santificar a todos; inscrito en el censo con toda la tierra, a la tierra
ofrecía la salvación.
El crecimiento de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» se desarrolla en el
ámbito de la Sagrada Familia, a la vista de José, que tenía la alta misión de
«criarle», esto es, alimentar, vestir e instruir a Jesús en la Ley y en un
oficio, como corresponde a los deberes propios del padre.
A lo largo de este camino, los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por
José. Pero su silencio posee una especial elocuencia: gracias a este silencio
se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el
Evangelio: el «justo».
Desde el momento de la anunciación, María sabe que debe llevar a cabo su
deseo virginal de darse a Dios de modo exclusivo y total precisamente por el
hecho de llegar a ser la madre del Hijo de Dios. La maternidad por obra del
Espíritu Santo es la forma de donación que el mismo Dios espera de la Virgen,
«esposa prometida» de José.
En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad
divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a
escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que en el
espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen
de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente
por Dios a este amor.
La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como
modelo para todas las familias. En esta familia José es el padre: no es la
suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es
«aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la
autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En
este contexto está también «asumida» la paternidad humana de José. José es,
en definitiva, un varón de la casa de David, algo que suena a nobleza, a
trabajo, a cuidados y desvelos por su familia.
El que era llamado el «hijo del carpintero» había aprendido el trabajo de su
«padre» legal. En el crecimiento humano de Jesús «en sabiduría, edad y
gracia» representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser «el
trabajo un bien del hombre» que «transforma la naturaleza» y que hace al
hombre «en cierto sentido más hombre».
El trabajo de carpintero en la casa de Nazaret está envuelto por el mismo
clima de silencio que acompaña todo lo relacionado con la figura de José.
Pero es un silencio que descubre de modo especial el perfil interior de esta
figura. José estaba en contacto cotidiano con el misterio «escondido desde
siglos», que «puso su morada» bajo el techo de su casa. Esto explica, por
ejemplo, por qué Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo
contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a san José en la
cristiandad occidental.
La Iglesia, queriendo estar siempre bajo la especial protección del santo
patriarca José, lo declaró «Patrono de la Iglesia Universal”. Que san José
sea para todos un maestro singular en el servir a la misión salvífica de
Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y
a los padres, a quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro
trabajo, a las personas llamadas a la vida contemplativa, así como a las
llamadas al apostolado.
Que san José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno
de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Jesús, María y José, ¡que esté siempre con los Tres!
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martes, 19 de marzo de 2013
JOSÉ, VARÓN DE LA CASA DE DAVID
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Que nos siga guiando y protegiendo en nuestra andadura personal y espiritual
ResponderEliminarGracias Anita, muy amable, primero por entrar en blog a leerlo, segundo por la delicadeza de dejar este comentario.
ResponderEliminarMuy atentamente.
Manuel Murillo Garcia.